Más de lo que esperas
INTRODUCCIÓN
El texto para el mensaje de hoy está en Hechos 3:1 y 2 “Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de oración. Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían a cada día a la puerta del templo que se llamaba Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo”. (Hechos 3:1,2)
El propósito de este mensaje es mostrar que a veces el ser humano confunde la esencia de sus necesidades y carencias, pero que Dios está siempre dispuesto a darle lo que realmente necesita.
UN HOMBRE COJO DE NACIMIENTO
Existen dos fases distintas en la historia de este hombre: en la primera parte, era un paralítico, incapaz de realizar cualquier cosa. Se arrastraba como una serpiente, cargaba su cuerpo atrofiado; pedía limosnas y vivía de la caridad de las personas. Miraba al cielo y se sentía incapaz de alcanzarlo. Esta primera parte de su historia es realmente triste. Sin embargo, la segunda parte es un capítulo glorioso. Lo vemos entrando al templo andando con sus propias piernas para alabar a Dios.
Imagina dos islas. Una de ellas representa el primer capítulo de la historia de este hombre: miseria, tragedia, discapacidad e impotencia. La otra isla representa el capítulo final: un hombre entrando al templo, valiéndose de sus propios pies, dando voces de júbilo y alabando a Dios por el milagro realizado.
Entre esas dos islas, existe un mar; y este es el mar que todos nosotros debemos atravesar un día. Existe mucha gente hoy, como el paralítico, arrastrando sus sueños en el valle de las lamentaciones. La vida es injusta muchas veces. Existe maldad y la crueldad de los seres humanos crea barreras y dificultades. Pero ese no es motivo para creer que todo está perdido y que solo te resta vivir pidiendo limosna para satisfacer apenas las necesidades del cuerpo. Hay otra isla mejor, existe un destino glorioso a donde Jesús desea llevarte, pero necesitas tener el mismo encuentro que este paralítico tuvo con Jesús a través del ministerio de dos apóstoles suyos.
PEDRO Y JUAN SUBÍAN JUNTOS
Analicemos el texto bíblico. Comienza diciendo: “Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la hora de oración”. Pedro era un hombre intrépido, práctico y realista. Juan era soñador, idealista y romántico. Dos personalidades diferentes unidos para alabar al Señor en el templo. El Espíritu de Dios había sido capaz de unir dos corazones y moverlos a adorar en un solo espíritu. Esta es una de las maravillas del evangelio.
Aquí está el primer pensamiento del texto de hoy: Dios desea una iglesia unida pero no uniformada. No es su deseo que los cristianos se conviertan en un grupo de soldaditos de plomo, caminando de la misma manera, haciendo las mismas cosas y hasta hablando las mismas palabras. No, el cristianismo no destruye la personalidad de nadie. Jesús respeta la individualidad de los seres humanos. Cristo quiere unidad, sin embargo dentro de ella es necesario que haya diversidad de talentos, dones, personalidades, culturas y costumbres.
¿Eres carpintero? Hay un lugar reservado para ti en la familia de Dios. ¿Eres político, hombre práctico y ejecutor? ¿Eres un idealista soñador? También hay lugar para ti en la familia de Dios.
No existe nadie en este mundo que no haya recibido por lo menos un talento de Dios; y en este momento tú puedes dedicar ese talento al servicio de tu familia, de la sociedad, de tu país, de la humanidad y, principalmente, de la iglesia de Dios en esta tierra.
Pedro y Juan subían juntos al templo para orar. Eran compañeros de oración. Imagino que cuando Pedro se dirigía al templo, pasaba antes por la casa de Juan y lo invitaba a ir con él:
-Juan, estoy yendo al templo, ¿quieres acompañarme?
Aquí encontramos otra lección: busca un compañero de oración. Busca un hermano o amigo y ora con él. Si en tu carro hay lugar para una persona más, invita a alguien que viva cerca de tu casa y no tenga un medio de transporte, para ir a la iglesia contigo. La lección que Dios nos quiere enseñar es la de cuidarnos unos a otros en la vida espiritual, y asumir esto como una responsabilidad. No somos islas, no podemos esperar una maravillosa experiencia con Cristo, al estilo: Jesús, yo y nadie más. Necesito preocuparme por llevar a Juan, Felipe y María también.
CREÍA QUE SU PROBLEMA ERA LA FALTA DE DINERO
La historia bíblica continúa diciendo que cuando Pedro y Juan se dirigían al templo, encontraron en la puerta, a un hombre que había nacido paralítico y había vivido así alrededor de 40 años. Los médicos le habían dicho que no había esperanza de recuperación para él, nadie podía hacer nada para ayudarlo. Probablemente este hombre había hecho todo lo que estaba a su alcance para recuperarse. A esas alturas sus esperanzas casi habían desaparecido, el tiempo se las había llevado.
En esa época la sociedad no se preocupaba por crear facilidades para ayudar a los deficientes físicos, tampoco existían oportunidades de trabajo para ellos. En consecuencia, este hombre sólo podía dedicarse al humillante trabajo de pedir limosnas.
Pero era inteligente. En vez de pedir limosnas en las calles o en el centro de la ciudad, iba al templo. ¿Sabes por qué? Seguramente en el centro de la ciudad había más personas, pero el paralítico suponía que al templo iban las más sensibles, aquellas que se preocupan con las necesidades humanas, los cristianos compasivos. Y no se había equivocado.
Si nosotros, que decimos llamarnos cristianos, no somos capaces de condolernos por los que sufren, ¿quién lo hará? Si como cristianos no somos capaces de organizarnos para ayudar a las autoridades a resolver problemas como la miseria, el hambre y el sufrimiento, ¿quién lo hará? ¿Podemos alabar el nombre de Dios con la consciencia tranquila, sin prestar atención a la mano extendida de un necesitado?
El paralítico de nuestra historia se instaló en la puerta del templo y extendió la mano. Esperaba una moneda. Este hombre pensaba que su gran necesidad era el dinero, por eso extendía la mano para pedir limosnas.
Los seres humanos, no siempre sabemos identificar nuestras verdaderas necesidades. El hombre de nuestros días siente y sabe que algo le falta. Hay un vacío en su corazón. Al acostarse por las noches, siente ganas de llorar; no puede dormir. Experimenta una terrible angustia, parece que le estuviera debiendo algo a alguien y esto le produce un sentimiento de culpa. Constantemente se pregunta: ¿Qué me sucede? ¿Cuál es mi problema? No mato, no robo, no adultero, ¡no hago nada malo! Por el contrario: intento ser un buen marido, me esfuerzo por ser un padre de familia responsable, procuro ser un buen ciudadano, ayudo a mi prójimo… Pero, ¿por qué siento este vacío? ¿Por qué tengo miedo del futuro? ¿Por qué siento ganas inexplicables de llorar? ¿Por qué busco algo que ni siquiera sé cómo identificar?
Los psicólogos llaman a esta sensación de “crisis existencial”. El ser humano sabe que le falta algo, el problema es que no sabe definir qué es; entonces extiende su mano, como ese miserable mendigo, e intenta aferrarse a la cosas.
Ese hombre extendió la mano esperando recibir dinero. Si Pedro se lo diese, probablemente el limosnero exaltaría el nombre de Dios y diría:
-“Señor, te agradezco por las bendiciones que me diste”.
Sin embargo Pedro sabía que el paralítico no necesitaba de dinero. Su verdadero problema era otro. Tal vez hoy esperas que Dios te cure del cáncer maligno que devora tu vida, pero déjame decirte algo que va en contra de lo que muchos cristianos están predicando hoy. Sé que muchos te incitan diciendo: “Se tienes fe, serás curado”; “si a pesar de estar desempleado tienes fe, mañana tendrás un trabajo”; “si el cáncer destruye tu vida, al venir aquí esta noche serás curado”. Todas estas son afirmaciones hechas en nombre de la fe, pero ¿qué nos enseña la Biblia?
Pablo fue un día a Jesús y le dijo:
-Señor, quita este aguijón de mi carne.
El apóstol padecía de un serio problema de salud y le pidió al Señor que lo curase, ¿sabe cuál fue la respuesta que recibió? “Mi gracia te basta; porque mi poder se perfecciona en la debilidad…” (2 Corintios 12:9).
Pablo tuvo que soportar esa enfermedad por el resto de su vida; y por favor, no me digas que el apóstol no tenía fe. Esto prueba que la fe no sirve solamente para que las cosas sucedan como lo deseas. La fe sirve para que los milagros sucedan de la manera en que Dios lo dispone.
Un día, las hermanas de Lázaro mandaron mensajeros para que hablasen urgentemente con Jesús:
-“Ven y cura a nuestro hermano”.
Sin embargo, Jesús demoró y Lázaro murió. Días después el maestro apareció en la casa de María y Marta, y no llevaba una cura solamente; llevaba una resurrección, porque lo que Dios nos tiene reservado siempre es mejor de lo que esperamos.
El mendigo levantó la mano pidiendo apenas dinero, pero Dios tenía algo mejor para él: la sanidad completa.
¿Recuerdas a Jairo? Él solo pedía una curación para su hijita, sin embargo Dios le había reservado el milagro maravilloso de la resurrección. Mi pregunta es: ¿Le estás pidiendo algo al Señor? ¿Tienes la impresión de que El no responde tus oraciones? Por favor, no pienses que Dios dejó de amarte, no tengas un concepto tan minúsculo sobre Él. No pienses que, porque las cosas no salen como lo deseas, el Señor se olvidó de ti. Recuerda que la fe no existe para que las cosas salgan de la manera en que tú lo quieres. La fe está para que las cosas ocurran como Dios, en su infinita sabiduría, sabe que tienen que ocurrir; y lo que Dios hace, aunque al principio no lo entiendas, siempre es lo mejor para ti.
NI ORO NI PLATA
Cuando Pedro Le dijo al paralítico que no tenía ni oro ni plata, seguramente el deficiente se sintió desanimado; pero algunos segundos después entendió lo que sucedía. Descubrió que lo que pedía era limitado. Dios tenía algo mejor para él.
Querido amigo, ¿de alguna manera te sientes hoy como un paralítico en la vida espiritual? ¿Hace mucho tiempo vienes sufriendo con una sensación de vacío en tu vida? ¿Hace mucho tiempo vienes extendiendo la mano por dinero, poder, fama, cultura o placer, intentando de alguna manera llenar ese angustiante vacío? Es necesario que entiendas algo importante: saliste de las manos del creador y no podrás ser feliz mientras no regreses a ellas. El día en que te encuentres con Jesús y le abras tu corazón diciendo: “Señor Jesús, necesito de ti. No entiendo nada, pero sé que necesito de ti. No creo, no tengo capacidad para creer, pero sé que necesito de ti. Obra un milagro en mi vida, ayúdame a creer”; ese día el Señor Jesús obrará un milagro maravilloso entrando en tu vida y transformándolo todo.
Desarrollé parte de mi ministerio en un lugar donde vivían muchas personas buenas, pero también era un nido de marginales y traficantes de drogas. Cuando la policía entraba, debía hacerlo en grupo para protegerse.
Cierto día, mientras estaba caminando por ese suburbio, dos muchachos me detuvieron. Uno de ellos puso un cuchillo a la altura de mi pecho mientras el otro me sujetaba fuertemente. Me quitaron el dinero, el reloj y el lapicero que tenía. Temblando de miedo les pedí que no me hicieran daño.
Dios tocó el corazón de esos jóvenes porque se llevaron todo lo que tenía, pero no me hicieron ningún mal. Permanecí inmóvil y temblando cuando escaparon, pero decidí continuar mi trabajo en ese lugar. En breve debería comenzar una campaña de evangelización, predicaría 90 noches seguidas, no podía simplemente desistir.
La primera noche de la campaña, percibí que un joven me miraba insistentemente; sin embargo cada vez que fijaba mis ojos en él, su mirada se desviaba o simplemente inclinaba la cabeza. Me observaba a escondidas. Grabé su rostro por este detalle.
Por algún motivo que en ese momento desconocía, el joven no compareció a las reuniones las dos noches que siguieron. Sin embargo, además de predicar, mi trabajo consistía también en visitar los hogares cercanos al lugar de las conferencias; fue así como, un cierto día, llegué a la casa de este joven. Cuando él me reconoció, se escondió. Su madre vino a la puerta y dijo:
-Mi hijo no está.
-Señora – le dije – acabo de verlo, llámelo por favor. Soy el pastor que está predicando en el salón comunal.
El muchacho salió. Estaba sin camisa y con el cuerpo lleno de tatuajes y cicatrices. Me miró y dijo:
-¿Qué es lo que quiere? – su tono de voz reflejaba fastidio –.
-Bueno – le dije – lo que pasa es que te echamos de menos, nunca más volviste a las reuniones.
Comenzamos a conversar y entrar en confianza. Todo andaba bien hasta que, de repente, el muchacho confesó algo que me dejó paralizado: él era uno de los asaltantes que se habían llevado mi reloj y mi dinero. Para finalizar la declaración, el joven dijo:
-Pensé que usted me había reconocido la primera noche que fui a las reuniones.
-No – le dije –, el día en que me asaltaste estaba tan oscuro que no pude verte; sin embargo ahora que estas confesando, me gustaría saber dónde están mi reloj y mi dinero.
El muchacho me miro con desconcierto y dijo:
-Pastor, ahora no me queda nada más.
-Pero tienes que devolverlo, – dije firmemente y como él se quedara en silencio, acrecenté – hagamos un trato: voy a predicar en ese local durante 90 noches seguidas, si compareces todas las noches hasta el fin de la campaña, te perdonaré la deuda; ahora, si no compareces, tendrás que devolverme todo.
Y fue así que el muchacho comenzó a frecuentar las reuniones. A veces aparecía cuando yo estaba en la mitad del sermón, otras, cuando ya estaba terminando. Permanecía sentado en la última fila, mirándome con insistencia como diciendo:
-¿ves?, estoy aquí tal y como te lo prometí, estoy pagando mi deuda.
La verdad es que este joven no mostraba interés en el evangelio; sin embargo, querido amigo, hay algo que debes entender: puedes intentar esconderte de Dios por uno o dos días, tal vez por algunos años, pero no podrás escapar de Él para siempre. Un día, cuando no tengas a donde ir, Dios te alcanzará; cuando llegues al punto de no saber qué hacer y necesites ayuda con urgencia, ese día podrás caer de rodillas ante Él, y puedes tener la seguridad de que Él estará listo para abrazarte amorosamente y ayudarte a superar las dificultades.
Y así, un día Dios alcanzó a este joven. Su vida llena de inmoralidades, violencia y vicios fue completamente transformada. Nunca más robó, nunca más usó drogas y comenzó a trabajar honestamente.
Al ver este milagro, entendí que hay mucha gente en este mundo esperando que le demos una oportunidad. Hay gente que vive como vive, y es como es, porque nunca nadie le extendió la mano, nadie le prestó ayuda. Jorge Roberto se aferró con tanta fuerza a la oportunidad que alguien le dio, que logró salir de aquella vida miserable que llevaba y tuve la inmensa alegría de conducir a este joven a las aguas del bautismo.
Un año después me llamaron para trabajar en otro lugar. Al regresar a Lima los hermanos me dieron la noticia:
-Su amigo, Jorge Roberto, está muerto.
-¿Qué fue lo que le pasó? – dije, intentando asimilar lo que acabara de escuchar.
Un Sábado de mañana, en aquel barrio donde eran realizadas las conferencias, Jorge Roberto se despedía de los hermanos después del culto cuando, tres pandilleros que pertenecían al grupo del que fuera miembro en el pasado, en una operación de matanza a los “traidores”, lo atacaron clavándole siete cuchillazos.
Nadie fue capaz de reaccionar, ¡todo fue tan rápido! Jorge Roberto cayó, la sangre comenzó a brotar de su cuerpo, fue una escena terrible. Los hermanos intentaron socorrerlo pero él dijo que era mejor no tocarlo, pues iba a morir. Aun así, los hermanos los trasladaron al hospital más cercano; el diácono que estaba a su lado, sujetándole la cabeza, dijo que las últimas palabras de Jorge Roberto fueron:
-Hágame un favor, hermano, busque al Pastor Bullón y dígale que nos encontraremos en el cielo, cuando Cristo vuelva.
Querido amigo, recordar esta experiencia me llena de esperanza, pues sé que llegará el día en que tendré la alegría de ver a Jorge Roberto nuevamente; pero al mismo tiempo esta experiencia me hace reflexionar: ¿Si Dios fue capaz de transformar la vida de aquel joven, porque no sería capaz de transformar la tuya? ¿Acaso hay algo en tu corazón que Dios no pueda cambiar?
LLAMADO
Aquel joven que mencioné era un pobre paralítico en la vida espiritual. Arrastraba sus sueños alegando que la sociedad había sido dura con él. La verdad es que desperdiciaba su juventud con las drogas y la violencia. Pero cuando se confrontó con Jesús, le permitió entrar a su corazón, se entregó. Renunció a su pasada manera de vivir y todo cambio en su corta existencia.
No sé cuál es la bendición que esperas recibir hoy. No conozco tus necesidades ni las carencias de tu corazón. Una cosa sé, y déjame decirte que Dios tiene algo mucho mejor de lo que esperas para ti. Pero necesitas dar el gran paso de fe; necesitas abrir el corazón a Jesús y decirle:
-Oh Señor, ya no puedo seguir viviendo así, levántame de esta parálisis espiritual. Necesito experimentar una nueva vida, conocer nuevos valores, tener otros ideales; necesito experimentar la sanidad completa.
Ven a Jesús como estás. Tráele las cargas de tu vida. No intentes resolver tus problemas con tus propias fuerzas. Todos los que lo han intentado, han fracasado y se han frustrado. Pero Jesús te ama y está dispuesto a hacer maravillas en tu vida.
Hoy. Ahora. En este momento.