Tienes sangre real
INTRODUCCIÓN
El texto para el mensaje de hoy está en Mateo 1: 3-6 “Judá engendro a Tamar a Farez y a Zara, Fares a Esrom, y Esrom a Aram. Aram engendro a Aminadab, y Aminadab a Naasón, y Naasón a Salmón. Salmón engendro de Rahab a Booz, Booz engendro de Rut a Obed, y Obed a Isaí. Isaí engendro al rey David, y el rey David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías”
El propósito de este mensaje es mostrar que la culpa es la peor enemiga del ser humano pero mostrar también la maravilla del perdón divino.
UN ÁRBOL GENEALÓGICO EXTRAÑO
En el primer capítulo del evangelio de Mateo se presenta el árbol genealógico de Jesús pero de una manera sorprendente, inusual y hasta contradictoria. Creo que si tú tuvieras que hacer tu árbol genealógico probablemente citarías a personas ilustres. Buscarías a alguien de renombre, algún héroe nacional, o miembro de la realeza. A nadie le gustaría mencionar en su árbol genealógico a una persona de mala reputación o con un pasado vergonzoso. Pero es justamente eso que sucede con el árbol genealógico de Cristo. Allí se menciona a cuatro mujeres con un pasado del cuál nadie se sentiría orgulloso.
Los judíos, especialmente los fariseos, oraban diariamente diciendo: “Señor, te agradezco porque no nací esclavo, ni gentil, ni mujer.” Por esta razón, un judío nunca mencionaría en su árbol genealógico a una mujer. Mucho menos si tuviese una mala reputación. Sin embargo, en la genealogía de Cristo son mencionadas 4 mujeres. La primera es Tamar, la segunda Rahab, y la tercera Rut. No se menciona el nombre de la cuarta, pero se habla de David, que engendró a Salomón, que nació de Betsabé.
¿Cuál es la razón para que el Espíritu de Dios inspirara a Mateo a registrar estas cuatro mujeres en la genealogía humana del Santo de los Santos? Analicemos un poco la vida de estas mujeres.
TAMAR
La historia de Tamar está en el capítulo 38 del libro de Génesis. Tamar era la nuera de Judá, uno de los hijos de Jacob. Se casó con el hijo mayor llamado Er, un hombre irreverente que no temía a Dios. Rebelde y contumaz, andaba en sus propios caminos. Er murió joven, dejando a Tamar viuda.
En aquel entonces, existía una ley en Israel: cuando un hombre fallecía dejando una viuda joven y sin hijos, el hermano debía casarse con la cuñada viuda para perpetuar la descendencia del fallecido. Fue así que Tamar contrajo matrimonio con su cuñado Onam, otro hombre rebelde y desobediente que anduvo en sus propios caminos y acabó muriendo joven, como su hermano.
Tamar enviudó por segunda vez, joven y sin hijos. La ley civil de aquellos días decía que debía casarse con el tercer hermano, pero Selá, el hermano menor era muy joven aún. Entonces Judá, el suegro, tomó cartas en el asunto y le prometió a Tamar que cuando Selá creciera se cumpliría la ley del matrimonio. Sin embargo Selá creció y Judá no cumplió su promesa. Frente a esta situación, Tamar se sintió humillada y herida. Había sido víctima de una injusticia. Sus derechos no habían sido respetados.
Tamar era de esa clase de mujeres que está siempre dispuesta a hacer prevalecer sus derechos y no mide consecuencias para defenderlos. Entonces planeó un acto de venganza. Se disfrazó de prostituta, fue a la entrada de la ciudad por donde Judá acostumbraba a pasar, y se acostó con él sin que el suegro sospechara que estaba durmiendo con su propia nuera. Como una especie de prenda Judá le entregó su anillo, su cordón y su bastón.
Algún tiempo después todos percibieron que Tamar estaba embarazada a pesar de ser una viuda. Según la ley, Tamar debía ser condenada a muerte. La Biblia registra esta historia del siguiente modo: “Aconteció que después de unos tres meses le informaron a Judá diciendo: Tu nuera Tamar ha cometido adulterio y está encinta a consecuencia del adulterio. Y Judá dijo: ¡Sáquenla, y que sea quemada! Cuando era sacada, ella envió a decir a su suegro: Del hombre a quien pertenecen estas cosas estoy encinta. Y añadió: Mira, pues, de quién son estas cosas: el anillo, el cordón y el bastón.” (Génesis 38:24 y 25)
Judá se vio confrontado con su pecado y tuvo que reconocer que había sido injusto con Tamar al no darle al tercer hijo como esposo. Tamar había hecho justicia con sus propias manos. Herida y humillada partió a la lucha y venció, sin embargo le quedó un enorme sentimiento de culpa. Sus derechos prevalecieron, pero ella había pecado. La justicia que había encontrado tenía un sabor amargo. Después de vencer, descubrió que no había valido la pena caer tan bajo para alcanzar la victoria.
Tamar es símbolo del ser humano que, cuando se siente herido y humillado, no piensa dos veces para salir al encuentro de quien lo lastimó y hacerlo pagar por su actitud. Un día vino a mi encuentro una señora atormentada por el complejo de culpa. Lloraba desesperada y me dijo que no podía dormir.
-El martillo de la culpa golpea mi corazón de día y de noche – sollozaba – es como si me dijera agritos: pecadora, culpable, no existe salvación para alguien como tú.
Entre lágrimas y lamentaciones me contó su drama:
-Pastor, nunca pensé que sería capaz de hacer lo que hice. Fui a un hostal barato con el primer hombre que encontré en la calle sólo porque descubrí que mi esposo me engañaba. Fui para pagarle con la misma moneda, para hacerlo sentir tan mal como yo me sentía.
¡Pobre mujer! Había pecado y ahora la culpa la golpeaba inclementemente. Cada segundo era un martirio para ella. No encontraba paz y no podía dormir. Se sentía perdida. Tenía miedo del futuro, de las consecuencias de sus errores. Vergüenza de mirar a los ojos de sus hijos, de mirarse en el espejo, de ir a la iglesia.
Mientras los hermanos cantaban himnos de alabanzas a Dios, ella se sentía indigna de pronunciar el nombre de Jesús. Su conciencia gritaba: culpable, pecadora, adúltera.
Hagar se sintió más o menos como esa mujer, pero un día cayó postrada ante Dios y dijo: “Señor, no valió la pena haber hecho justicia con mis propias manos. No compensó en nada haber pecado intentando humillar a quien estaba siendo injusto conmigo. Salí herida, mucho más de lo que ya estaba. No valió la pena, Señor, me siento perdida, atormentada por la culpa. Por favor, ten compasión de mí.”
Y Dios escuchó la oración de Hagar. Abrió sus amorosos brazos y le dijo: “Hija, no me importa tu pasado. Aquí están mis brazos, abiertos, esperando por ti, vuelve.”
Tamar regresó a los brazos de Dios. Sintió el beso de la paz y el abrazo de la reconciliación. Y cuando Dios perdona, olvida completamente el pasado; por eso encontramos el nombre de Tamar en la genealogía de Cristo. Su pasado no existía más. Ella había nacido de nuevo cuando decidió volver a los brazos de Dios.
Esto lo que Jesús te dice hoy: no importa adonde hayas ido, ni cuan bajo hayas caído. No importa nada de lo que hayas hecho. Por más indignas que hayan sido tus acciones, Dios lo olvidará. Si regresas, formarás parte de la familia de Dios. ¿No es esto maravilloso?
RAHAB
La segunda mujer mencionada en la genealogía de Jesús es Rahab, la prostituta de Jericó. Rahab vendía su cuerpo por un puñado de monedas en la entrada de la ciudad. Pensaba que su gran necesidad era el dinero, y no pensaba dos veces para salir a buscarlo. La prostitución, sin embargo, no es solamente vender el cuerpo por dinero; es también vender los principios por alguna ventaja circunstancial, los valores por estatus, el respeto propio por un acenso en la carrera profesional.
La historia bíblica nos dice que Rahab se sentía completamente perdida. Le tenía pavor al futuro, pues sabía que el pueblo de Israel se aproximaba. La destrucción estaba ciertamente llegando a Jericó. Esta pobre mujer vivía aterrorizada, no tenía paz. Los fantasmas del temor la asaltaban: miedo del mañana, de la muerte, de la destrucción, del infierno. No podía conciliar el sueño. Ganaba dinero, ¿pero a qué precio?
¿Estás alcanzando lo que siempre soñaste? La pregunta es: ¿a qué precio? ¿Tus negocios están prosperando? ¿Estás alcanzando una posición elevada? ¿A qué precio? Al llegar la noche, ¿puedes dormir en paz o tienes miedo del futuro? ¿Tienes miedo de que Cristo vuelva y no te encuentre preparado? ¿Tienes miedo de padecer de alguna enfermedad grave, de sufrir un accidente o de subir a un avión? ¿No estás preparado para la muerte? Entonces dime, ¿de qué te sirven la cultura, el dinero o el poder? ¿De qué te sirve todo lo que conquistaste si no tienes paz en el corazón? ¿De qué te sirve todo, si al llegar la noche no puedes dormir con una consciencia tranquila?
Un día, llegaron a Jericó dos hombres de Israel. Rahab vio su oportunidad, y se asió al único cordón de esperanza. El cordón rojo que los israelitas le dijeron que colocara en la ventana simbolizaba la gracia maravillosa de Cristo. Rahab pensó para sí misma: “No importa como estoy, ni como vivo, tal vez Dios tenga misericordia de mí”, y se aferró a la misericordia de Jesús. La destrucción llegó, Jericó ardió en llamas, pero la destrucción no llegó a la casa de Rahab; ella fue preservada de la muerte.
Y tú ya sabes cómo funcionan las cosas. Cuando Dios perdona, lo hace de verdad, olvidando completamente el pasado. Por esta razón Dios permitió que se citara el nombre de Rahab en el árbol genealógico de Jesús. Aquella mujer mencionada por Mateo no es la prostituta de Jericó. Ella no existió más. Mateo se refiere a Rahab, la mujer perdonada, y transformada por el amor de Dios.
RUTH
La tercera mujer citada es Ruth. ¿Cuáles fueron sus orígenes? Dios destruiría Sodoma y Gomorra porque habían colmado el vaso de la misericordia divina. Lot, su esposa y sus hijas huyeron antes que la destrucción los alcanzase. La esposa de Lot se volvió para mirar a la ciudad que ardía en llamas y fue transformada en una estatua de sal.
Lot y sus hijas lograron llegar a la montaña y se escondieron en una caverna. Sus hijas pensaron que todos los hombres del mundo habían sido destruidos y que su descendencia acabaría allí; entonces, para perpetuar su raza, protagonizaron un capítulo vergonzoso de la humanidad. Embriagaron a su padre y cometieron incesto con él. Como fruto de esta relación inmoral nació Moab, padre de loa moabitas y Rut fue una de las hijas de la tribu de Moab. Rut, la moabita.
En la Biblia no encontramos ningún texto que mencione algo vergonzoso sobre el comportamiento de Rut, pero sabemos que ella es fruto de un acto incestuoso, tenía raíces inmorales. Rut era la típica persona que se avergonzaba de sus orígenes y de sus antepasados.
Te pregunto hoy: ¿Eres tú una de esas personas que no conoció a su padre por haber sido fruto de una aventura pecaminosa y no del amor puro que une a dos seres humanos? ¿Es esto algo que te incomoda o te atormenta, y te ha causado traumas? ¿Acaso miras a tu alrededor y sientes odio al descubrir que todo el mundo tiene un padre y tu ni siquiera conoces al cobarde que te abandonó? Cosas como esas duelen bastante, ¿no es verdad?
Entonces presta atención a la historia de Rut. Si había alguien que debía tener mucha vergüenza de sus antepasados, era ella. Pero un día llegó a su vida un hombre fiel que temía y honraba a Dios. La vida de este joven fue la inspiración que Rut necesitaba para salir de la vida pagana que llevaba su pueblo moabita.
Aquí está el ejemplo de un joven que, en lugar de contagiarse con la idolatría de los moabitas, llevó a Rut al conocimiento del Dios eterno. Infelizmente este joven murió. La madre, Noemí, decidió volver a su tierra, pues había perdido también a su otro hijo y a su marido. Es aquí donde encontramos a Rut frente a la decisión más importante de su vida. La imagino observando por algunos instantes su ciudad: sus tradiciones, sus costumbres, sus padres, sus abuelos, su iglesia, su pueblo. ¡Toda su vida estaba en Moab! A su lado estaba Noemí, que partía rumbo a la tierra del Dios verdadero, a la familia de Dios. Rut atravesaba un momento tenso. ¿Qué hacer? ¡Era demasiado difícil! Aun así, la moabita decidió dejar su ciudad e ir con Noemí, rumbo a la tierra del Dios eterno.
Todo ser humano se depara, alguna vez, con el momento de la decisión. No es fácil. Todo cambio envuelve dolor y sufrimiento. Muchas veces tienes que abandonar tradiciones, creencias formadas en años, costumbres implantadas por tus padres y hasta abuelos. Muchas veces tus amigos y familiares te atacan y reprueban lo que haces. Eres motivo de burla por causa de tus principios o de las verdades bíblicas que aceptas. No desistas. Un día, todos tendremos que confrontarnos con las verdades bíblicas y necesitaremos decidir.
¿Deseas aceptar a Jesús ahora? Si lo haces, Dios obrará en tu vida como obró en la de Ruth. No importa tu origen, o tu raza. No importa dónde naciste o el nombre de tu familia. No interesa si eres pobre o rico. Si aceptas formar parte de la familia de Cristo, Él declarará tu nombre ante el mundo entero y no se avergonzará de ti. Cuando Dios acepta, transforma. No existirá más el pasado que te atormentó por años, no existirá el origen vergonzoso que te marcó. Eres libre de complejos y de traumas; de la incapacidad de perdonar, del odio que sientes, en fin, libre de todo. Formar parte de la familia de Dios es algo extraordinario.
BETSABÉ
La última mujer que se menciona en la genealogía de Jesucristo es Betsabé, esposa de Urías. Un día el rey comenzó a desear a Betsabé y, aunque ella era una mujer casada, se aproximó de ella y comenzó a presionarla. Tú sabes cómo son las cosas. Tal vez al inicio Betsabé se espantó ante la idea de serle infiel a su marido, pero con el tiempo empezó a sentirse lisonjeada.
¿Alguna vez fuiste presionada por tu jefe y, de repente, caíste? Ahora intentas justificarte diciendo:
-Yo no tuve la culpa, si no hubiera cedido habría perdido el trabajo, o no hubiera logrado un acenso; o no hubiera podido ingresar a la universidad.
¿Tuviste que ceder porque la presión fue demasiado grande?
Bueno, Betsabé es la típica mujer que se sintió presionada por el jefe; pero por favor no pienses que ella cayó por causa de la presión. Tal vez, imperceptiblemente, ella entró en el juego. Hubo una mezcla de deseo malicioso y presión, todo esto acabó en pecado, un pecado que trajo dolor a su familia. Quedó embarazada del rey y con tristeza vio cómo su marido era asesinado. Sufrió mucho por sus errores. Se sintió miserable, derrotada y sin perdón. Creyó que no había esperanza para ella. Su primer hijo cayó gravemente enfermo y ella pensó: “esta es la consecuencia de mi error”.
¿Hay en tu vida hijos inocentes que están sufriendo de vergüenza por algún pecado tuyo? ¿Se ha convertido tu vida en una noche que no acaba, y no sabes a dónde ir? Entonces observa a Betsabé. Un día ella descubrió el perdón de Dios y cayó a los pies del Señor sin justificar su pecado. No dijo: “Señor, caí porque fui presionada.” No. Betsabé reconoció su error: “Señor, soy la única culpable. No necesito explicar, sólo necesito que me perdones y aquí estoy. Soy una pecadora, lo sé, pero por favor perdóname.”
Y Dios abrió los brazos para recibir a Betsabé; y, como ya lo dijimos, cuando Dios perdona, olvida. Nunca más recuerda el pasado. La prueba de esto es el hecho de encontrar, en el árbol genealógico de Cristo, el nombre de Betsabé.
¡Qué amor tan grande! Mientras las personas de aquellos tiempos se avergonzaban de citar a una mujer en su árbol genealógico, Mateo, por inspiración divina, registra cuatro de ellas en la familia de Jesús. Y repara bien. No son cuatro fuentes de virtudes: tres de ellas conocieron el otro lado de la vida. La otra vivía atormentada por su origen, pues había sido fruto de un incesto.
LLAMADO
En este momento Jesús se dirige a ti y dice: “Hijo, no importa quién seas, ni cómo hayas vivido. No importan los complejos o traumas que hayan deformado tu carácter. No importa cuán indigno te sientas, o cuán solo o perdido esté. Hijo mío, no importa cuán atormentado esté por el peso de la culpa, o cuánto miedo tengas del juicio final y de la condenación. En este momento, lo único que importa es que vengas a mi como estás.”
Jesús está con los brazos abiertos esperando por ti. Todo ,lo que puede hacer es llamarte. No puede decidir por ti. Tú eres la única persona que puede decir sí. ¿Qué harás con la invitación de Jesús? ¿Correrás a sus brazos de amor o huirás de Él como Adán y Eva, a esconderte entre los árboles de la vida?
Recuerda que cuando Dios perdona, olvida tu pasado y te transforma en una nueva criatura. Su poder hace que tus pecados sean arrojados en el fondo del mar y se alejen de ti tan lejos como está el oriente del occidente.
Ven a sus brazos sin temor. Serás bien recibido. Ven como el hijo pródigo, llevando al Padre tu existencia desecha. Deja que Él te reconstruya y te haga de nuevo.
Ah, y no tengas vergüenza de proclamar al mundo que amas a Jesús. Él no se avergüenza de declarar delante del universo que tú tienes sangre real, pues formas parte de la familia de Dios.
¡Abre tu corazón a Jesús!