Nunca es tarde

INTRODUCCIÓN

El texto para el mensaje de hoy está en Juan 1:11-14 “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Y aquel verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria del unigénito como del padre), lleno de gracia y de verdad”

El propósito de este mensaje es mostrar que nadie ha caído tanto que Dios no sea capaz de rescatarlo, porque el amor divino es inconmensurable y eterno

LOS SUYOS NO LO RECIBIERON

El Apóstol Juan declara en este versículo que Jesús vino a los suyos pero infelizmente los suyos no le recibieron. ¿Por qué no le recibieron si eran los suyos? La triste realidad es que aquel pueblo creía que era el pueblo de Dios pero vivía sumergido en las profundidades oscuras de la incredulidad. No hay peor situación que la del que dice creer pero tiene el corazón endurecido. ¿Como habían llegado Israel a esa triste situación?

Un enemigo los había asaltado en el camino de la fe. Se encontraban prácticamente secuestrados. Sus prisiones no eran vicios, ni hábitos pecaminosos. No había aparentemente nada de malo en ellos. Su comportamiento era digno de las mejores escuelas de moralidad. Guardaban los mandamientos y diezmaban hasta la menta y el comino, pero se encontraban encerrados en las rejas de su propio moralismo

¿Alguna vez fuiste asaltado? Es algo traumático. Es una experiencia interesante de ser contada pero terrible de ser vivida. Después del asalto, algo desagradable ocurre: la víctima empieza a temblar al pensar que podría haber sido muerta, se asusta con la idea de que hayan personas capaces de matar por un poco de dinero. Después del asalto, tienes la impresión de que toda persona desconocida que se te aproximaba, te va a asaltar. Desconfías de todos: cuando alguien viene por la misma vereda, te pasas a la otra. En el paradero del ómnibus te sitúas distante de las personas, y si alguien se te aproxima lo miras con sospecha, preparándote para escapar si fuese el caso. Has vivido un momento dramático y eso te ha dejado traumatizado.

EL ASALTO DEL DIABLO

El pecado fue el peor asalto que la humanidad sufrió. El enemigo nos arrebató la vida, los valores y las virtudes. Pero por encima de todo y en primer lugar, nos arrebató el amor, el carácter abnegado de Jesucristo. Nos llevó a desconfiar de todos y de todo. Nos enseñó a mirar a nuestros semejantes con ojos de sospecha. Tal vez esto sea lo más trágico del pecado. Genera desconfianza entre los seres humanos, crea barreras intransponibles, abre brechas entre los esposos, obstaculiza la relación entre padres e hijos.

El pecado abre distancias entre los miembros de una misma iglesia, provoca heridas que no cierran, causa traumas que el tiempo no borra. Nos aleja, separa y desconecta del mundo. Como Adán, corremos a escondernos entre los árboles que creamos en nuestra asustada mente. Nos escondemos no solo de Dios sino de nosotros mismos. Empezamos a vivir en las sombras de la floresta de traumas y preconceptos que creamos. Por eso, cuando eras niño y hacías algo malo, la primera idea que venía a tu cabeza era esconderte.

El pueblo de Israel en los tiempos de Cristo vivía escondido en la floresta de reglas y normas que había creado para aparentar que todo andaba bien, cuando, ocultos entre tantas minucias religiosas, vivía semidesnudo, intentando cubrir la desnudez del alma con miserables hojas de higuera. Por eso “a lo suyo vino y los suyos no le recibieron.”

No se puede negar que el pecado separa a las personas, a las familias, y a los amigos. Tal vez en este momento te sientas traicionado por alguien en quien confiabas: tu cónyuge, tus hijos, tus padres, incluso un pastor o anciano de iglesia. Entiende lo que estoy diciendo. Esto es lo que el pecado hace.

EL PECADO TE SEPARA DE DIOS, NO A DIOS DE TI

Lo peor de todo es que el pecado te separa de Dios. Pero percibe bien este concepto. El pecado te separa de Dios pero no separa a Dios de ti. Observa lo que dicen las Escrituras: “El SEÑOR me ha aparecido desde hace mucho tiempo, diciendo: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te he prolongado mi misericordia. ”. (Jeremías 31:3) ¿Te das cuenta? Amor eterno, que no acaba nunca. Los cielos y la tierra pasarán pero la promesa del amor de Dios hacia ti permanecerá para siempre.

Los líderes de iglesia en los tiempos de Cristo no entendían este mensaje. Tengo la impresión de que muchos cristianos tampoco lo entienden hoy. El pecado nos separa de Dios, pero no separa a Dios de nosotros. En los tiempos de Jesús, las personas confundían al pecado con el pecador. Cuando un hombre pecaba, era rechazado, despreciado, y nadie quería relacionarse con él. Lo consideraban inmundo y despreciable. Pero Jesús vino para arrancar ese concepto de la mente humana. Por eso, mientras los miembros de la iglesia de su tiempo se alejaban de los pecadores, Jesús los buscaba y se juntaba a ellos.

Esto no quiere decir que Jesús aprobara la conducta de los pecadores. Sin embargo sabía que para salvarlos, tenía primero que buscarlos y amarlos. Mientras tanto, los líderes de la iglesia de aquel tiempo criticaban al Salvador por esta actitud. Ve lo que dice la Biblia: “Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come”. (Lucas 15:1, 2)

Los miembros de la iglesia de Dios en aquella época, no entendían que el pecado nos separa de Dios, pero no separa a Dios de nosotros. Cuando pecamos escogemos abandonar a Dios, partimos rumbo a nuestro propio mundo y andamos en nuestros propios caminos, haciendo cosas que nos lastiman a nosotros y a quienes están a nuestro alrededor. Pero el pecado no separa a Dios de nosotros: Él nos busca. Suplica que volvamos. Espera pacientemente y nos ama de la manera más pura que pueda existir. Los líderes del tiempo de Cristo no lograron entender algo tan simple, y se dedicaron a perseguir al Señor Jesús y, finalmente lo mataron.

Todo el ministerio de Cristo de concentró en buscar y salvar a los perdidos. Miserables pecadores, prostitutas despreciadas, leprosos que cargaban en su cuerpo las consecuencias de su vida licenciosa. Todos estaban perdidos. Gente como María Magdalena, que había prometido siete veces que cambiaría de vida y no lo había logrado por falta de fuerzas. Hombres y mujeres como los paralíticos y ciegos, que no tenían ninguna esperanza de vida, ni sabían a dónde ir. Jesús buscó gente así, y vivió a su lado con la finalidad de salvarlos.

En la hora de su muerte, el Señor no escogió a dos hombres de conducta intachable para morir entre ellos. Fue crucificado entre dos ladrones. Murió de la misma manera en que vivió: entre pecadores. Él había venido a este mundo para dar esperanza a los perdidos. Ellos fueron la razón de su ministerio.

BUSCAR AL PECADOR NO SIGNIFICA ACEPTAR SU PECADO

Esto no significa que Jesús aprobara la vida de pecado de la prostituta, o aceptara la deshonestidad de Zaqueo. ¡No! Jesús no aprobó jamás los caminos malos de estas personas. Él no puede consentir el pecado, pero, ama al pecador. Su vida es pura, su naturaleza es santa, y a su lado los pecadores se vuelven santos y puros. Por favor, no digas que Jesús ha llegado a tu vida si continúas hundido en las aguas oscuras y malolientes del pecado. Eso es imposible. No puede haber comunión entre la justicia y la injusticia, ni entre la luz y las tinieblas. Cuando Jesús llega a tu vida no es para decirte que puedes seguir agonizando en ese lamazal, sino para sacarte de ese pozo de muerte y llevarte a la vida de libertad. Por eso dijo un día: “Conocerás la verdad, y la verdad te hará libre.”

Este es un mensaje de esperanza para ti y para mí. No importa quién seas o por dónde hayas andado, ni cuán fondo hayas caído, ni de qué manera hayas vivido. Tampoco importa cuán atado estés a tus malas costumbres, vicios o hábitos. Jesús te ama. No aprueba tu conducta, pero te sigue amando. Este es el mensaje central de la biblia. El ser humano puede vivir lejos de Dios por causa del pecado, pero aun así Dios lo ama. Por más que el hombre viva en la miseria del pecado, Dios no pierde las esperanzas y sigue confiando en que un día su hijo volverá. Necesitas entender que no hay nada que puedas hacer para que Dios te ame. Su amor por ti no depende de lo que hagas o de lo que dejes de hacer.

DIOS AMABA A ISRAEL A PESAR DE SU IDOLATRÍA

La historia bíblica registra que un día, mientras el Señor entregaba las tablas de la ley a Moisés en la montaña, el pueblo de Israel abajo, se entregaba a la idolatría. Había hecho un becerro de oro y danzaba a su alrededor en adoración y alabanza. Aquellos hombres y mujeres aparentemente no querían saber nada de Dios, estaban adorando a una simple hechura humana. Pero Dios les dijo. “Me harán un santuario y yo habitaré en medio de ustedes.”

¿Cómo puede Dios habitar en medio de un pueblo que no quiere saber nada de Él? Este es el maravilloso misterio del amor de Dios: Él va en busca del ser humano. Cree, espera y trabaja a través del Espíritu Santo que no deja tranquilo al pecador. Aunque tus pies transiten por los senderos de la muerte, el Espíritu te habla de una manera, y de otra. A veces, en forma dramática. Otras, de manera suave. Te habla con amor, te sacude, te  lleva a pensar a través de un terremoto, o una tragedia, pero te sigue hablando. No pierde las esperanzas y sabe que un día finalmente despertarás. Porque el amor de Cristo es redentor, pero al mismo tiempo transformador. Si te dejas amar, su poder obrará maravillas en tu vida. Por eso el Señor te busca y, dejarte encontrar es la única salida para tu desesperada situación.

¿POR QUE?

En los versículos 1 y 2 del capítulo 15 de Lucas los fariseos, que no entendía el poder transformador del amor de Dios, se preguntan entre ellos:

-¿Por qué Jesús se junta con los pecadores? ¿Por qué vive y come con los inmorales? ¿Qué testimonio es ese?

La respuesta del Maestro llega en forma de parábolas, y en ese capítulo encontramos tres de ellas: la parábola de la oveja, de la moneda y del hijo. Los tres están perdidos. Con estas parábolas Jesús afirma que Él se junta con los pecadores porque esa es la única forma de encontrarlos y salvarlos.

La parábola del hijo es conocida como la parábola del “hijo pródigo”. ¿por qué este hijo se llama “pródigo”? Fue demasiado pródigo al gastar su dinero, su vida, su salud y su juventud. El hijo rebelde solo hizo tonterías. Pero él no es el centro de la parábola. Creo que la parábola no debería llamarse “el hijo pródigo”, y si “el padre pródigo”. Pródigo en amar y en creer, pródigo en tener paciencia y saber esperar.

La figura que se destaca en Lucas 15, no es el hijo que se pierde, sino el padre que ama y espera pacientemente. El espíritu de profecía dice que fue el amor del padre que finalmente venció en el corazón del hijo y lo trajo de vuelta. Ahora pregunto: ¿Será que este padre solo amó a su hijo cuando se comportaba bien y ayudaba en la granja, cumpliendo sus deberes de hijo? ¿O lo amó también cuando vivía en medio de las prostitutas, gastando su dinero y su vida, y terminando entre los cerdos? ¿En qué momento Dios ama más a sus hijos? ¿En qué momento de la parábola este padre amó más al hijo?

Cuando el hijo estaba en casa y se portaba bien, el padre seguramente lo amó mucho y se sintió feliz. Pero cuando se hundió en la miseria del pecado, lo continuó amando mucho, pero se sintió triste. Aquí está la diferencia: cuando dejamos que el poder de Cristo nos transforme y que su Espíritu Santo guíe nuestros caminos, Dios no ama intensamente y se siente feliz. Pero cuando dejamos de prestar atención a la dirección del Espíritu Santo y nos hundimos en la miseria de la vida, el Padre continúa amándonos, pero con tristeza y dolor.

El otro día alguien me dijo:

– Pastor, este asunto es muy peligroso. Si usted dice que el hombre peca y Dios lo continúa amando, y que ese amor no tiene límites; está incentivando el pecado. La gente puede pensar que no hay necesidad de dejar de pecar, pues Dios la ama aún en el pecado. 

El que piensa de este modo no comprendió lo que el amor de Dios es capaz de hacer. Si el amor no es capaz de transformar una vida, nada más lo será. Fue el amor de Cristo que transformó la vida de María Magdalena. Ella había fallado una y otra vez. Había prometido que nunca más caería pero había fracasado. Y no tenía más fuerzas para intentar de nuevo. Yacía en la miseria esperando la muerte eterna. Pero Jesús nunca perdió la esperanza con ella y la siguió amando, hasta que finalmente su amor redentor y transformador la conquistó y la sacó de la miseria.

Sí mi amigo querido. El amor de Jesús es el más grande y mejor argumento para concientizar al ser humano de su estado pecaminoso. Cuando María comprendió esto, se aferró al único rayo de esperanza que le restaba, y fue bañada con la gracia de Jesús. Aprendió a desconfiar de su propia fuerza de voluntad y a depender de Cristo, a buscarlo de rodillas diciendo:

-Señor, sin ti no soy nada, estoy perdida. Puedo prometer un millón de veces que no lo haré más, pero seguiré hundiéndome en la arena movediza de mis pecados. Necesito que obres un milagro en mi vida; que hagas lo que yo no puedo hacer por mí misma, ¡ayúdame!”.

Y un día, cuando nadie esperaba más nada de aquella pobre pecadora, María Magdalena fue transformada por el Señor Jesús y permaneció fiel a Él hasta en la hora de la crucifixión, cuando todos lo abandonaron.

EL AMOR DUELE MÁS QUE EL CASTIGO

Mi padre era un hombre duro. No admitía errores. A pesar de no ser cristiano, era una persona muy honesta. No aceptaba a Jesús, pero era moralista. Para ser moralista no se necesita ser cristiano. Ser cristiano es vivir preocupado en dejar que Cristo habite en ti. Ser moralista es vivir preocupado apenas en portarse bien. Pero gracias a Dios, al final de su vida, mi padre aceptó a Jesús y se convirtió en un cristiano.

Como ya dije, él no admitía errores, y cuando yo era niño vivía quebrando las reglas.   Cierto día hice algo indebido. Mi padre ya me había advertido al respecto, pero yo continuaba errando en el mismo punto, a escondidas, creyendo que él nunca me descubriría. Pero un día fui descubierto. Sabía que tendría que acertarme con él. En la última reprensión me había dicho:

-Si vuelves a hacer esto, recibirás varios correazos.

Así que, al verme descubierto,  me preparé para recibir el castigo. Cuando mi padre llegó, me dijo:

-Vamos al cuarto.

Yo debía tener nueve o diez años. Aquel día me había puesto tres pantalones para disminuir el dolor, pero mi padre se dio cuenta. Imagino hoy la escena: Yo con las piernas gruesas por causa de los pantalones. Pensaba que él no lo percibiría. Pero la verdad es que me encontraba en una situación ridícula, intentado resolver mi problema con tres pantalones.

Mi padre podría haberse reído de mí, pero no lo hizo. Por el contrario, pude ver dos lágrimas en sus ojos. El cinturón estaba en su mano y yo sabía que merecía el castigo. Estaba resignado a recibirlo y me había prometido que no lloraría. Pero entonces sucedió algo extraño. Aquel hombre duro, se emocionó y dijo:

– Hijo, ven aquí, aproxímate más.

El cinturón estaba en sus manos. Cerré los ojos esperando el primer correazo, pero en lugar del castigo sentí un abrazo. Mi padre me abrazó y dijo:

-Hijo, no pienses que siento placer en castigarte. Yo te amo, pero tengo que hacer esto por tu propio bien, para que no sufras cuando crezcas. Debes aprender a obedecer ahora. Pero esta vez no voy a castigarte, vete tranquilo y no lo vuelvas a hacer.

Si mi padre me hubiera dado los correazos que merecía, no hubiera derramado una sola lágrima; pero aquella tarde lloré. Su abrazo me dolió más que los chicotazos. Su amor me dolió más que el castigo. Ese mismo día prometí que nunca más haría llorar a mi padre.

Jesús conoce bien el poder que el amor tiene, por eso cuando caemos, no nos dice:

-Vete, no sirves para nada. Profanaste mis mandamientos y traicionaste mi confianza, no quiero saber de ti nunca más, eres un caso perdido. Olvida que existo y no vuelvas a Mí. Cuando me necesites no estaré y tendrás que arreglártelas solo.

¡Gracias a Dios que las cosas no funcionan de este modo con Él! El pecado aleja al hombre de Dios, pero no es capaz de alejar a Dios de nosotros. Él te busca, te espera, te llama y confía en que volverás. Por eso no tienes derecho a permanecer triste, pensando que no hay solución para ti. Dios te ama. Nunca dejó de hacerlo. Jesús murió para salvarte. Envió a su Espíritu Santo con la plenitud de su poder, para hacerte victorioso y sacarte del pozo del pecado.

LLAMADO

¿Recuerdas lo que dice el texto inicial? ”A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron, pero a todos los que le recibieron les dio potestad de ser llamados hijos de Dios.” En el día final de la historia de este mundo. Cuando Jesús aparezca en las nubes de los cielos, ¿sabes cuál será la diferencia entre las ovejas y los cabritos, entre las vírgenes puras y las insensatas, entre los hijos de la luz y los de las tinieblas? ¡Jesús! ¡Solamente Jesús! Los que le recibieron y los que le rechazaron. Muchos miembros de iglesia se perderán. A pesar de haber cumplido todo lo que se esperaba de ellos. Se perderán, no por haber andado en caminos de pecado, sino por no haber recibido a Jesús como su Salvador.

¿Quieres aceptar a Jesús como tu Salvador y Señor? Este el momento de abrirle tu corazón y decirle:

-Señor, Gracias porque nunca dejaste de amarme, gracias por el poder que viene de la cruz para transformar mi vida, ¡Gracias, muchas gracias! Jamás tendré palabras para agradecerte por todo lo que hiciste por mí. Todo lo que puedo hacer es darte este pobre corazón que ni siquiera sabe amar. ¿Puedes aceptarme?