La receta divina para nuestra felicidad
Apocalipsis 1:1-3
INTRODUCCIÓN
¿Recuerdas la alegría que te causó el haber aprendido a leer por primera vez? Podemos sentir la misma alegría cuando leemos algo importante y significativo por primera vez.
DESARROLLO
Apocalipsis 1: 1-3. Leamos el versículo 1. Del griego, apokálupsis, “revelación”. “La revelación de Jesucristo” puede considerarse como el título que Juan le dio a este libro. Este título niega categóricamente el concepto de que el Apocalipsis es un libro sellado y, por lo tanto, casi imposible de ser entendido.
Dichosos los hijos de Dios que saben aprovechar los medios provistos por el Señor. ¿Cómo podemos comprobar que es posible vivir de manera dichosa al lado de Jesús, por solo obedecer sus consejos? Por allí escuchamos: “Nuestros hogares deben ser un pedacito del cielo aquí en la tierra”. Veamos cómo es posible lograr esto.
DICHOSO EL QUE LEE (Apoc. 1:3)
Apocalipsis 1:3 seguramente tenía en mente, en primer lugar, a la persona que se escogía en la iglesia para leer en público las Escrituras. Juan anticipa la lectura pública del libro que ahora dirige a “las siete iglesias que están en Asia” (vers. 4), en la presencia de los miembros reunidos de cada congregación (cf. Col. 4:16; 1 Tes. 5:27). Esta práctica cristiana refleja la costumbre judía de leer “la ley y los profetas” en la sinagoga cada sábado (Hech. 13:15, 27; 15:21; etc.).
¿Cuánto tiempo estoy dedicando a lectura de la Palabra de Dios? ¿Cuánto tiempo le dedicamos como iglesia?
Ilustración: “Ella tenía el libro”. Un anciano de iglesia visitó a una ancianita de su iglesia. Ella afirmaba que tenía un ejemplar completo de la Biblia. Le pidió a su nietecito que la fuera a buscar en el armario del garaje. Al recibirla, para su sorpresa, encontró dentro de ella su par de anteojos que había perdido seis meses atrás. Sí, ella tenía un ejemplar de la Biblia. Pero, evidentemente; ¡cuán poco la leía!
Aplicación: ¿Cuánto valor tiene poseer la Palabra de Dios, si no la leemos con la frecuencia debida? “Dime qué lees y te diré qué crees”. Pidamos al Señor que nos dé fuerzas y disposición para dedicar más tiempo a la lectura de su Palabra. Lucas registra que los bereanos eran “más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la Palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hech. 17:11). ¿Cuál será la actitud tuya de hoy en adelante?
DICHOSO EL QUE OYE
Oír la Palabra de Dios es como beber agua para el sediento. En la actualidad se oyen muchas voces: las de amigos, las de los padres, la de un maestro. Pero la peor de todas es la voz del enemigo, que nos dice: “Aún no es el tiempo”, “Todo tiene su tiempo”, “No hagas caso”, etc. Recuerda: “Desde la entrada del pecado toda comunicación entre el cielo y la tierra ha sido por medio de Cristo” (Patriarcas y profetas, p. 382).
“Bienaventurados los que […] oyen” (Apoc. 1:3). Romanos 10:17 nos confirma que: “La fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Dios”.
Ilustración: “La hermana que no sabía leer”. Un día, el pastor estaba preguntando a los hermanos quién fue el instrumento que había utilizado el Señor para traerlos a la iglesia. Un hermano testificó: “A mí me trajo la hermana Yolanda”. El pastor quedó extrañado, al recordar que ella no sabía leer. Entonces indagó: “Cuéntame, hermano, ¿cómo fue eso?” Él respondió: “La hermana Yolanda llegaba a casa pidiendo que le ayudáramos a leer los textos subrayados que el pastor había utilizado en el sermón”. Más intrigado aún, el pastor le preguntó a la hermana Yolanda. “Es muy sencillo, pastor”, dijo ella, “cada sábado, yo le pedía a una hermana que me subrayara todo lo que usted leía, y lo único que yo hacía era mostrarle todo lo marcado ese día y se lo explicaba. Por lo visto, entendieron sus sermones y comprendieron la invitación de parte de Dios. Aquí tiene usted a don Gerónimo con toda su familia (9 personas). Es cierto que yo no sé leer ni escribir, pero sé escuchar y transmitir lo aprendido”.
Aplicación: Saber escuchar es un don del cielo, más aún cuando se refiere a oír un mensaje proveniente del mismo Dios. Alguien dijo: “El que sabe hablar gana plata, el que sabe oír gana oro”. Pidamos al Señor que nos dé oídos sensibles a su voz, sin importar el instrumento que él elija.
III. DICHOSO EL QUE GUARDA
Guardar lo leído o escuchado de parte del Señor es motivo de gozo y alegría. “Bienaventurado el que […] guarda las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca” (ver. 3). La expresión “y guarda”, indica que el Apocalipsis no es una simple predicción. Esta cláusula señala que la revelación es de carácter moral. Su objetivo es que la iglesia la acepte con obediencia, pues proviene de Dios.
Aplicación: Solo aquellos que toman tiempo para sentarse a los pies de Jesús, como lo hizo María, podrán recoger la mejor parte que nadie les quitará. María supo aprovechar la visita de Jesús, porque tomó tiempo para oír las palabras de vida del gran Maestro. Recuerda el consejo divino: “Sed hacedores de la Palabra y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Sant. 1: 22).
CONCLUSIÓN
El Señor se complace en la felicidad de sus hijos. Por eso proveyó el medio para que la podamos alcanzar: las Escrituras. Los bereanos llegaron a ser más nobles que los de Tesalónica, porque escudriñaban cada día las Escrituras. La Palabra de Dios nos confirma que es posible vivir vidas dichosas en un mundo turbulento. El Señor proveyó todos los medios para nuestra felicidad, ¿estamos dispuestos a utilizar esos recursos?
Pr. Anastacio Giménez
Unión Paraguaya.