Tienes sangre real

Tienes sangre real

INTRODUCCIÓN

El texto para el mensaje de hoy está en Mateo 1: 3-6 “Judá engendro a Tamar a Farez y a Zara, Fares a Esrom, y Esrom a Aram. Aram engendro a Aminadab, y Aminadab a Naasón, y Naasón a Salmón. Salmón engendro de Rahab a Booz, Booz engendro de Rut a Obed, y Obed a Isaí. Isaí engendro al rey David, y el rey David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías”

El propósito de este mensaje es mostrar que la culpa es la peor enemiga del ser humano pero mostrar también la maravilla del perdón divino.

UN ÁRBOL GENEALÓGICO EXTRAÑO

En el primer capítulo del evangelio de Mateo se presenta el árbol genealógico de Jesús pero de una manera sorprendente, inusual y hasta contradictoria. Creo que si tú tuvieras que hacer tu árbol genealógico probablemente citarías a personas ilustres. Buscarías a alguien de renombre, algún héroe nacional, o miembro de la realeza. A nadie le gustaría mencionar en su árbol genealógico a una persona de mala reputación o con un pasado vergonzoso. Pero es justamente eso que sucede con el árbol genealógico de Cristo. Allí se menciona a cuatro mujeres con un pasado del cuál nadie se sentiría orgulloso.

Los judíos, especialmente los fariseos, oraban diariamente diciendo: “Señor, te agradezco porque no nací esclavo, ni gentil, ni mujer.” Por esta razón, un judío nunca mencionaría en su árbol genealógico a una mujer. Mucho menos si tuviese una mala reputación. Sin embargo, en la genealogía de Cristo son mencionadas 4 mujeres. La primera es Tamar, la segunda Rahab, y la tercera Rut. No se menciona el nombre de la cuarta, pero se habla de David, que engendró a Salomón, que nació de Betsabé.

¿Cuál es la razón para que el Espíritu de Dios inspirara a Mateo a registrar estas cuatro mujeres en la genealogía humana del Santo de los Santos? Analicemos un poco la vida de estas mujeres.

TAMAR

La historia de Tamar está en el capítulo 38 del libro de Génesis. Tamar era la nuera de Judá, uno de los hijos de Jacob. Se casó con el hijo mayor llamado Er, un hombre irreverente que no temía a Dios. Rebelde y contumaz, andaba en sus propios caminos. Er murió joven, dejando a Tamar viuda.

En aquel entonces, existía una ley en Israel: cuando un hombre fallecía dejando una viuda joven y sin hijos, el hermano debía casarse con la cuñada viuda para perpetuar la descendencia del fallecido. Fue así que Tamar contrajo matrimonio con su cuñado Onam, otro hombre rebelde y desobediente que anduvo en sus propios caminos y acabó muriendo joven, como su hermano.   

Tamar enviudó por segunda vez, joven y sin hijos. La ley civil de aquellos días decía que debía casarse con el tercer hermano, pero Selá, el hermano menor era muy joven aún. Entonces Judá, el suegro, tomó cartas en el asunto y le prometió a Tamar que cuando Selá creciera se cumpliría la ley del matrimonio. Sin embargo Selá creció y Judá no cumplió su promesa. Frente a esta situación, Tamar se sintió humillada y herida. Había sido víctima de una injusticia. Sus derechos no habían sido respetados.

Tamar era de esa clase de mujeres que está siempre dispuesta a hacer prevalecer sus derechos y no mide consecuencias para defenderlos. Entonces planeó un acto de venganza. Se disfrazó de prostituta, fue a la entrada de la ciudad por donde Judá acostumbraba a pasar, y se acostó con él sin que el suegro sospechara que estaba durmiendo con su propia nuera. Como una especie de prenda Judá le entregó su anillo, su cordón y su bastón.

Algún tiempo después todos percibieron que Tamar estaba embarazada a pesar de ser una viuda. Según la ley, Tamar debía ser condenada a muerte. La Biblia registra esta historia del siguiente modo: “Aconteció que después de unos tres meses le informaron a Judá diciendo: Tu nuera Tamar ha cometido adulterio y está encinta a consecuencia del adulterio. Y Judá dijo: ¡Sáquenla, y que sea quemada! Cuando era sacada, ella envió a decir a su suegro: Del hombre a quien pertenecen estas cosas estoy encinta. Y añadió: Mira, pues, de quién son estas cosas: el anillo, el cordón y el bastón.” (Génesis 38:24 y 25)

Judá se vio confrontado con su pecado y tuvo que reconocer que había sido injusto con Tamar al no darle al tercer hijo como esposo. Tamar había hecho justicia con sus propias manos. Herida y humillada partió a la lucha y venció, sin embargo le quedó un enorme sentimiento de culpa. Sus derechos prevalecieron, pero ella había pecado. La justicia que había encontrado tenía un sabor amargo. Después de vencer, descubrió que no había valido la pena caer tan bajo para alcanzar la victoria. 

Tamar es símbolo del ser humano que, cuando se siente herido y humillado, no piensa dos veces para salir al encuentro de quien lo lastimó y hacerlo pagar por su actitud. Un día vino a mi encuentro una señora atormentada por el complejo de culpa. Lloraba desesperada y me dijo que no podía dormir.

-El martillo de la culpa golpea mi corazón de día y de noche – sollozaba – es como si me dijera agritos: pecadora, culpable, no existe salvación para alguien como tú.

Entre lágrimas y lamentaciones me contó su drama:

-Pastor, nunca pensé que sería capaz de hacer lo que hice. Fui a un hostal barato con el primer hombre que encontré en la calle sólo porque descubrí que mi esposo me engañaba. Fui para pagarle con la misma moneda, para hacerlo sentir tan mal como yo me sentía. 

¡Pobre mujer! Había pecado y ahora la culpa la golpeaba inclementemente. Cada segundo era un martirio para ella. No encontraba paz y no podía dormir. Se sentía perdida. Tenía miedo del futuro, de las consecuencias de sus errores. Vergüenza de mirar a los ojos de sus hijos, de mirarse en el espejo, de ir a la iglesia.

Mientras los hermanos cantaban himnos de alabanzas a Dios, ella se sentía indigna de pronunciar el nombre de Jesús. Su conciencia gritaba: culpable, pecadora, adúltera.

Hagar se sintió más o menos como esa mujer, pero un día cayó postrada ante Dios y dijo: “Señor, no valió la pena haber hecho justicia con mis propias manos. No compensó en nada haber pecado intentando humillar a quien estaba siendo injusto conmigo. Salí herida, mucho más de lo que ya estaba. No valió la pena, Señor, me siento perdida, atormentada por la culpa. Por favor, ten compasión de mí.”

Y Dios escuchó la oración de Hagar. Abrió sus amorosos brazos y le dijo: “Hija, no me importa tu pasado. Aquí están mis brazos, abiertos, esperando por ti, vuelve.” 

Tamar regresó a los brazos de Dios. Sintió el beso de la paz y el abrazo de la reconciliación. Y cuando Dios perdona, olvida completamente el pasado; por eso encontramos el nombre de Tamar en la genealogía de Cristo. Su pasado no existía más. Ella había nacido de nuevo cuando decidió volver a los brazos de Dios.

Esto lo que Jesús te dice hoy: no importa adonde hayas ido, ni cuan bajo hayas caído. No importa nada de lo que hayas hecho. Por más indignas que hayan sido tus acciones, Dios lo olvidará. Si regresas, formarás parte de la familia de Dios. ¿No es esto maravilloso?

RAHAB

La segunda mujer mencionada en la genealogía de Jesús es Rahab, la prostituta de Jericó. Rahab vendía su cuerpo por un puñado de monedas en la entrada de la ciudad. Pensaba que su gran necesidad era el dinero, y no pensaba dos veces para salir a buscarlo. La prostitución, sin embargo, no es solamente vender el cuerpo por dinero; es también vender los principios por alguna ventaja circunstancial, los valores por estatus, el respeto propio por un acenso en la carrera profesional.

La historia bíblica nos dice que Rahab se sentía completamente perdida. Le tenía pavor al futuro, pues sabía que el pueblo de Israel se aproximaba. La destrucción estaba ciertamente llegando a Jericó. Esta pobre mujer vivía aterrorizada, no tenía paz. Los fantasmas del temor la asaltaban: miedo del mañana, de la muerte, de la destrucción, del infierno. No podía conciliar el sueño. Ganaba dinero, ¿pero a qué precio?

¿Estás alcanzando lo que siempre soñaste? La pregunta es: ¿a qué precio? ¿Tus negocios están prosperando? ¿Estás alcanzando una posición elevada? ¿A qué precio? Al llegar la noche, ¿puedes dormir en paz o tienes miedo del futuro? ¿Tienes miedo de que Cristo vuelva y no te encuentre preparado? ¿Tienes miedo de padecer de alguna enfermedad grave, de sufrir un accidente o de subir a un avión? ¿No estás preparado para la muerte? Entonces dime, ¿de qué te sirven la cultura, el dinero o el poder? ¿De qué te sirve todo lo que conquistaste si no tienes paz en el corazón? ¿De qué te sirve todo, si al llegar la noche no puedes dormir con una consciencia tranquila? 

Un día, llegaron a Jericó dos hombres de Israel. Rahab vio su oportunidad, y se asió al único cordón de esperanza. El cordón rojo que los israelitas le dijeron que colocara en la ventana simbolizaba la gracia maravillosa de Cristo. Rahab pensó para sí misma: “No importa como estoy, ni como vivo, tal vez Dios tenga misericordia de mí”, y se aferró a la misericordia de Jesús. La destrucción llegó, Jericó ardió en llamas, pero la destrucción no llegó a la casa de Rahab; ella fue preservada de la muerte.

Y tú ya sabes cómo funcionan las cosas. Cuando Dios perdona, lo hace de verdad, olvidando completamente el pasado. Por esta razón Dios permitió que se citara el nombre de Rahab en el árbol genealógico de Jesús. Aquella mujer mencionada por Mateo no es la prostituta de Jericó. Ella no existió más. Mateo se refiere a Rahab, la mujer perdonada, y transformada por el amor de Dios.

RUTH 

La tercera mujer citada es Ruth. ¿Cuáles fueron sus orígenes? Dios destruiría Sodoma y Gomorra porque habían colmado el vaso de la misericordia divina. Lot, su esposa y sus hijas huyeron antes que la destrucción los alcanzase. La esposa de Lot se volvió para mirar a la ciudad que ardía en llamas y fue transformada en una estatua de sal.

Lot y sus hijas lograron llegar a la montaña y se escondieron en una caverna. Sus hijas pensaron que todos los hombres del mundo habían sido destruidos y que su descendencia acabaría allí; entonces, para perpetuar su raza, protagonizaron  un capítulo vergonzoso de la humanidad. Embriagaron a su padre y cometieron incesto con él. Como fruto de esta relación inmoral nació Moab, padre de loa moabitas y Rut fue una de las hijas de la tribu de Moab. Rut, la moabita.

En la Biblia no encontramos ningún texto que mencione algo vergonzoso sobre el comportamiento de Rut, pero sabemos que ella es fruto de un acto incestuoso, tenía raíces inmorales. Rut era la típica persona que se avergonzaba de sus orígenes y de sus antepasados.

Te pregunto hoy: ¿Eres tú una de esas personas que no conoció a su padre por haber sido fruto de una aventura pecaminosa y no del amor puro que une a dos seres humanos? ¿Es esto algo que te incomoda o te atormenta, y te ha causado traumas? ¿Acaso miras a tu alrededor y sientes odio al descubrir que todo el mundo tiene un padre y tu ni siquiera conoces al cobarde que te abandonó? Cosas como esas duelen bastante, ¿no es verdad? 

Entonces presta atención a la historia de Rut. Si había alguien que debía tener mucha vergüenza de sus antepasados, era ella. Pero un día llegó a su vida un hombre fiel que temía y honraba a Dios. La vida de este joven fue la inspiración que Rut necesitaba para salir de la vida pagana que llevaba su pueblo moabita.

Aquí está el ejemplo de un joven que, en lugar de contagiarse con la idolatría de los moabitas, llevó a Rut al conocimiento del Dios eterno. Infelizmente este joven murió. La madre, Noemí, decidió volver a su tierra, pues había perdido también a su otro hijo y a su marido. Es aquí donde encontramos a Rut frente a la decisión más importante de su vida. La imagino observando por algunos instantes su ciudad: sus tradiciones, sus costumbres, sus padres, sus abuelos, su iglesia, su pueblo. ¡Toda su vida estaba en Moab! A su lado estaba Noemí, que partía rumbo a la tierra del Dios verdadero, a la familia de Dios. Rut atravesaba un momento tenso. ¿Qué hacer? ¡Era demasiado difícil! Aun así, la moabita decidió dejar su ciudad e ir con Noemí, rumbo a la tierra del Dios eterno.

Todo ser humano se depara, alguna vez, con el momento de la decisión. No es fácil. Todo cambio envuelve dolor y sufrimiento. Muchas veces tienes que abandonar tradiciones, creencias formadas en años, costumbres implantadas por tus padres y hasta abuelos. Muchas veces tus amigos y familiares te atacan y reprueban lo que haces. Eres motivo de burla por causa de tus principios o de las verdades bíblicas que aceptas. No desistas. Un día, todos tendremos que confrontarnos con las verdades bíblicas y necesitaremos decidir.

¿Deseas aceptar a Jesús ahora? Si lo haces, Dios obrará en tu vida como obró en la de Ruth. No importa tu origen, o tu raza. No importa dónde naciste o el nombre de tu familia. No interesa si eres pobre o rico. Si aceptas formar parte de la familia de Cristo, Él declarará tu nombre ante el mundo entero y no se avergonzará de ti. Cuando Dios acepta, transforma. No existirá más el pasado que te atormentó por años, no existirá el origen vergonzoso que te marcó. Eres libre de complejos y de traumas; de la incapacidad de perdonar, del odio que sientes, en fin, libre de todo. Formar parte de la familia de Dios es algo extraordinario.

BETSABÉ

La última mujer que se menciona en la genealogía de Jesucristo es Betsabé, esposa de Urías. Un día el rey comenzó a desear a Betsabé y, aunque ella era una mujer casada, se aproximó de ella y comenzó a presionarla. Tú sabes cómo son las cosas. Tal vez al inicio Betsabé se espantó ante la idea de serle infiel a su marido, pero con el tiempo empezó a sentirse lisonjeada.

¿Alguna vez fuiste presionada por tu jefe y, de repente, caíste? Ahora intentas justificarte diciendo:

-Yo no tuve la culpa, si no hubiera cedido habría perdido el trabajo, o no hubiera logrado un acenso; o no hubiera podido ingresar a la universidad.

¿Tuviste que ceder porque la presión fue demasiado grande?

Bueno, Betsabé es la típica mujer que se sintió presionada por el jefe; pero por favor no pienses que ella cayó por causa de la presión. Tal vez, imperceptiblemente, ella entró en el juego. Hubo una mezcla de deseo malicioso y presión, todo esto acabó en pecado, un pecado que trajo dolor a su familia. Quedó embarazada del rey y con tristeza vio cómo su marido era asesinado. Sufrió mucho por sus errores. Se sintió miserable, derrotada y sin perdón. Creyó que no había esperanza para ella. Su primer hijo cayó gravemente enfermo y ella pensó: “esta es la consecuencia de mi error”.

¿Hay en tu vida hijos inocentes que están sufriendo de vergüenza por algún pecado tuyo? ¿Se ha convertido tu vida en una noche que no acaba, y no sabes a dónde ir? Entonces observa a Betsabé. Un día ella descubrió el perdón de Dios y cayó a los pies del Señor sin justificar su pecado. No dijo: “Señor, caí porque fui presionada.” No. Betsabé reconoció su error: “Señor, soy la única culpable. No necesito explicar, sólo necesito que me perdones y aquí estoy. Soy una pecadora, lo sé, pero por favor perdóname.”

Y Dios abrió los brazos para recibir a Betsabé; y, como ya lo dijimos, cuando Dios perdona, olvida. Nunca más recuerda el pasado. La prueba de esto es el hecho de encontrar, en el árbol genealógico de Cristo, el nombre de Betsabé.

¡Qué amor tan grande! Mientras las personas de aquellos tiempos se avergonzaban de citar a una mujer en su árbol genealógico, Mateo, por inspiración divina, registra cuatro de ellas en la familia de Jesús. Y repara bien. No son cuatro fuentes de virtudes: tres de ellas conocieron el otro lado de la vida. La otra vivía atormentada por su origen, pues había sido fruto de un incesto.

LLAMADO

En este momento Jesús se dirige a ti y dice:  “Hijo, no importa quién seas, ni cómo hayas vivido. No importan los complejos o traumas que hayan deformado tu carácter. No importa cuán indigno te sientas, o cuán solo o perdido esté.  Hijo mío, no importa cuán atormentado esté por el peso de la culpa, o cuánto miedo tengas del juicio final y de la condenación. En este momento, lo único que importa es que vengas a mi como estás.”

Jesús está con los brazos abiertos esperando por ti. Todo ,lo que puede hacer es llamarte. No puede decidir por ti. Tú eres la única persona que puede decir sí. ¿Qué harás con la invitación de Jesús? ¿Correrás a sus brazos de amor o huirás de Él como Adán y Eva, a esconderte entre los árboles de la vida?

Recuerda que cuando Dios perdona, olvida  tu pasado y te transforma en una nueva criatura. Su poder hace que tus pecados sean arrojados en el fondo del mar y se alejen de ti tan lejos como está el oriente del occidente.

Ven a sus brazos sin temor. Serás bien recibido. Ven como el hijo pródigo, llevando al Padre tu existencia desecha. Deja que Él te reconstruya y te haga de nuevo.

Ah, y no tengas vergüenza de proclamar al mundo que amas a Jesús. Él no se avergüenza de declarar delante del universo que tú tienes sangre real, pues formas parte de la familia de Dios.

¡Abre tu corazón a Jesús!

 

 

Cuando todo falla

Cuando todo falla

INTRODUCCIÓN

El texto para el mensaje de hoy está en Génesis 21:8 y 9 “Y creció el niño, y fue destetado; e hizo Abraham gran banquete el día que fue destetado Isaac. Y vio Sara que el hijo de Agar la egipcia, el cual ésta le había dado a luz a Abraham, se burlaba de su hijo Isaac.”

El propósito de este mensaje es mostrar que los errores humanos pueden ser el punto de partida de una nueva experiencia en Cristo.

EL NIÑO FUE DESTETADO

El texto empieza diciendo que «el niño creció y fue destetado e hizo Abraham un gran banquete el día que Isaac fue destetado». Algunas versiones de la Biblia dicen  “Abraham hizo una gran fiesta”. La verdad es que esta vida puede ser una gran fiesta espiritual. Cuando Jesús vino a este mundo dijo: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.» El plan de Dios no es que tu vida sea llena de amargura, tristezas, derrotas y fracasos. Dios quiere que tu vida sea una gran fiesta. Una vida de celebración, de glorificación al nombre de Dios. Una vida de alegría, de entusiasmo, de productividad, y de  crecimiento.

Aquel día en la vida de Abraham, de Isaac, de Ismael y de Agar era un día de fiesta, un día de banquete. Pero por algún motivo, toda  fiesta espiritual siempre es arruinada por el enemigo de Dios. Al diablo no le gusta ver la felicidad de los hijos de Dios.

Cuando Adán salió de las manos del Creador, la vida era una fiesta espiritual, un gran banquete, pero vino el diablo disfrazado de serpiente, arruinó la vida y la transformó en un conglomerado de tristeza. Y desde aquel día, el diablo siempre ha estado trayendo dolor y aflicción a la vida de los hijos de Dios.

El versículo 9 del texto dice: «y vio Sara que el hijo de Agar la egipcia, el cual ésta le había dado a luz a Abraham, se burlaba de su hijo Isaac». Ismael era el hermano mayor de Isaac, su deber natural debería ser proteger al hermano menor, sin embargo, “se burlaba”. Y con esa actitud, arruinó la fiesta. El ambiente maravilloso que envolvía a toda la familia y a los amigos invitados, fue destruido por un acto de liviandad por parte de Ismael. Tal vez, al burlarse pensó que nadie lo veía, pero infelizmente, alguien lo vio y lo que para él era una simple broma se transformó en tragedia.

LA FIESTA SE ARRUINÓ

Yo no sé si conociste alguna persona cuya vida era maravillosa, tenía una linda familia, era un buen esposo, un buen padre, y de repente, por un acto de locura, lo echó todo a perder. Por un acto de insensatez trajo dolor y vergüenza a su familia.  Cuantas veces encuentro personas que dicen: “me arrepiento de haber hecho lo que hice. ¡Cómo fui tan tonto de arruinar mi vida de la manera que lo hice!”.

Infelizmente, mientras vivas en este mundo y cargues la naturaleza pecaminosa, el diablo estará siempre al acecho, dispuesto a arruinar tu vida y si te separas de Jesucristo, cometerás imprudencias e insensateces, y traerás dolor a todos, en un día que podría ser de fiesta, de banquete y de alegría.

El texto bíblico relata que Sara dijo a Abraham: «hecha a esta sierva y a su hijo porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo.» Este es el registro de la segunda expulsión en la Biblia. La primera fue en el jardín del Edén. Después que Adán y Eva desobedecieron a Dios, tuvieron que abandonar ese lugar maravilloso. Yo imagino que en aquella oportunidad, Adán y Eva suplicaron a Dios, y le dijeron: «Por favor, Dios perdónanos.» Y Dios los miró con amor y les dijo: «Hijos, yo los he perdonado, pero van a tener que salir del jardín.» “Pero Señor, si nos perdonaste, ¿por qué tenemos que salir?”  Y Dios les dijo: “miren hijos, ustedes tienen que entender algo: el perdón es una cosa y la consecuencia del pecado es otra.”

PECADO Y CONSECUENCIA

Está es una lección que  necesitas aprender. Dios perdona cualquier pecado. Tú puedes haberte hundido en el fondo del pozo, en la miseria, en el barro, en lo peor de lo peor, pero si desde allí clamas a Dios, El correrá para auxiliarte, te extenderá la mano, te levantará, y te perdonará. Pero la vida de desobediencia que viviste, sin duda alguna, traerá consecuencias, que no tienen nada que ver con el perdón divino.

Dios te perdona, pero la vida tal vez, no te perdone. Por ejemplo: un joven está con SIDA, como resultado de una vida de desobediencia, de promiscuidad y de pecado. Después se arrepiente y va a Dios suplicando perdón. ¿Tú crees que Dios lo perdona? Con toda seguridad sí, Dios lo perdona. El perdón divino no tiene límites. Pero el perdón no significa necesariamente que aquel muchacho va a ser curado del SIDA.

Voy  a dar otro ejemplo que puede ser gracioso: Un hombre decide quitarse la vida, y  sube al vigésimo piso de un edificio, y de allí se lanza al abismo. En la mitad del camino se arrepiente de la locura que cometió, y suplica a Dios: «Señor, perdóname, estoy arrepentido». La pregunta es: ¿cuánto tiempo necesita Dios para perdonarlo? Basta un segundo. Con toda seguridad, Dios va a escuchar a este chico y lo va a perdonar. Nadie puede juzgar la actitud del corazón de otra persona. Solo Dios sabe si su arrepentimiento es verdadero o es solamente resultado del miedo. Solo Dios puede juzgarlo, los hombres no podemos hacerlo. Pero sigamos imaginando; el muchacho se arrepiente en la mitad del camino y pide perdón. ¿Dios lo perdona? Claro, pero infelizmente, va a caer al suelo y va a morir. Si se arrepintió, va a morir perdonado, pero va a morir. Este, es el peligro de jugar con el pecado y de postergar la decisión de entregar la vida a Cristo.

EL LADRÓN EN LA CRUZ

¿Te acuerdas del ladrón en la cruz? Había vivido toda su vida en pecado y en la hora de la agonía se entregó a Jesús. ¿Le sirvió? Claro que sí. Alcanzó la salvación, pero murió. Hay muchos jóvenes que no entienden esto. Ellos dice: «yo sé que Dios me perdona, por lo tanto, quiero gastar mi juventud disfrutando de los placeres de esta vida. Cuando sea adulto y sea un hombre serio, cuando tenga esposa e hijos, entonces voy a volver a la iglesia y a Jesús.”

Si  haces así, Dios te va a perdonar, con toda seguridad, pero ¿será que la vida te perdona? ¿Será que en esos años de locura lejos de Dios, no sembraste vientos para después cosechar tempestades? ¿Será que las consecuencias del pecado no te alcanzarán? Este es un asunto que necesitas  llevar  a serio. Creo que cuando Sara pidió a Abraham que despidiese a su hijo Ismael, el muchacho lloró y pidió perdón, y tengo total seguridad de que Abraham perdonó a su hijo, porque el versículo 11 dice: «este dicho pareció grave en gran manera a Abraham por causa de su hijo.» Este dicho lo entristeció, el pedido de Sara lo dejó arrasado, su corazón quedo dolorido. Amaba a su hijo Ismael, y aunque había cometido una imprudencia, no quería perderlo. Pero por detrás de todo esto, también había un plan divino, y con dolor, con lágrimas, tuvo que ver partir a su hijo.

Creo que en el jardín del Edén, cuando Adán y Eva salieron, cubriendo su desnudez con la piel del cordero que Dios había preparado para ellos, los ojos de Dios se llenaron de lágrimas, viendo a sus queridos hijos partir, pero infelizmente, el pecado siempre te lleva lejos de Dios, de la familia, de tus valores y de tus principios.

Ismael, por causa de su pecado tuvo que partir e irse lejos de la casa de su padre. Pero vuelvo a repetir, por tras de todo, había un plan divino. Por eso, el texto dice que Dios dijo a Abraham, “no te parezca grave a causa del muchacho y de tu sierva.” Otras versiones dicen: «no te parezca triste por causa del muchacho y de tu sierva». Yo voy a protegerlos. El versículo 13 dice: «también del hijo de la sierva haré una nación porque es tu descendiente». Yo lo protegeré, lo cuidaré.

LA PROVISIÓN DE LA GRACIA

La historia continua diciendo: «Entonces Abraham se levantó muy de mañana y tomó pan, y un odre de agua y lo dio a Agar, poniéndolo sobre su hombro y le entrego al muchacho y la despidió, y ella salió y anduvo errante por el desierto de Beerseba.» Aquí hay un cuadro interesante en el cual necesitamos pensar un poco. Cuando Adán y Eva salieron del jardín del Edén, en realidad, no eran ellos que estaban saliendo, era la humanidad.

En la historia del mensaje de hoy Abraham se levantó muy de mañana y tomó pan y un odre de agua, y lo dio a Agar. Dios proveyó sustento para Agar y para Ismael en su larga caminata por el desierto. Dios no los dejó abandonados a su triste destino. No los dejó perdidos para siempre.

El padre les proveyó pan y agua, y cuando la humanidad salió del jardín del Edén, tampoco Dios la dejó perdida, abandonada a su triste destino. Le proveyó la sangre maravillosa de Jesucristo que simboliza su gracia.

Al andar por el desierto de esta vida, tú, nunca más estarías solo, la gracia maravillosa de Cristo te acompañará. Esta es tu única salida, tu única esperanza. Hoy en día estás andando en el desierto de esta vida. El texto bíblico dice: «Y ella salió y anduvo errante por el desierto de Beerseba». Todos nosotros andamos errantes por el desierto de esta vida. Muchas veces, faltos de pan, de agua, de abrigo, de calor, de cariño y de comprensión.

Yo no sé qué es lo que está faltando en tu vida, en este momento, mientras caminas por el desierto de la vida. No sé si en tu hogar está faltando armonía y paz. No sé si en tu corazón está faltando satisfacción espiritual. ¡Cuántos jóvenes se hunden en las drogas porque en casa falta amor! ¡Cuántos muchachos se hunden en los vicios porque quieren escapar de los conflictos, de las aflicciones y las tristezas que los embargan! Mientras andes por el desierto de esta vida, siempre te va a faltar cosas. Dinero muchas veces, salud, oportunidades. No sé. Pero en medio del desierto Dios nunca te abandonará. Cuando Israel estaba caminando por el desierto y faltó pan, Dios hizo caer maná del cielo. Cuando le faltó agua, Dios sacó agua de la roca, cuando le faltó calor, Dios proveyó una columna de fuego. Cuando le faltó sombra, Dios hizo aparecer una nube,

Abraham proveyó para su hijo agua y pan. Dios proveyó para ti, la gracia maravillosa de Jesucristo y el poder del Espíritu para que vivas una vida de victoria. Por lo tanto, todo lo que necesitas para llegar a tu glorioso destino está en tus manos. No importa si estás herido por el pecado. La gracia maravillosa de Jesús puede alcanzarte y curarte.  No importa si estás derrotado por el pecado. El poder del Espíritu Santo puede hacer que rompas las cadenas que te esclavizan a cualquier vicio.

Es verdad que todavía estás andando por el desierto de esta vida. Es verdad que Canaán todavía está lejos. A veces te puede dar la impresión de que falta mucho para llegar a la tierra prometida, pero Dios no te abandonó. Te mostró el camino de vuelta para casa. Y cuando vemos en las profecías de Mateo 24, las señales que sucederían antes de la venida de Cristo, tenemos que llegar a la conclusión de que nuestro hogar eterno ya está cerca, aunque tus pies sangren, aunque la indiferencia de las personas te haya herido y lastimado, aunque te sientas con ganas de llorar, aunque tu corazón sea un volcán de tristezas, aunque hayas traicionado tanto a Dios que piensas que ya no hay perdón para ti, Canaán esta cerca, y los brazos de Jesús están abiertos, esperándote.

CUANDO PARECE QUE TODO ESTÁ PERDIDO

El texto bíblico continúa diciendo que en medio del desierto les falto agua a Agar e Ismael. El agua del odre se acabó. La madre colocó entonces al muchacho debajo de un arbusto. El versículo 16 dice: «y se fue y se sentó enfrente a distancia de un tiro de arco; (más o menos 25 metros) porque decía: no veré cuando el muchacho muera. Y cuando ella se sentó enfrente, el muchacho alzo su voz y lloró.»

¿Conoces a alguien que ha llorado más de una vez? ¿Estás llorando por algún motivo? ¿En algún momento te has sentido solo e incomprendido? Entonces levanta tu voz y llora. Pero no llores para los hombres, sino para Dios, clama a Él. No tengas vergüenza de abrir tu corazón a Dios y derramar tus sentimientos delante de Él. Él es el único que puede resolver tus problemas. Cuando los seres humanos fallan, cuando tus fuerzas fallan, cuando tu disciplina, tu dominio propio, cuando los recursos humanos no dan resultado, no tengas miedo de alzar tu voz y llorar a Dios porque Él es el único que puede resolver tu problema.

Mira lo que dice el versículo 27: «Y oyó Dios la voz del muchacho». ¿Te das cuenta? Dios siempre oye  tu voz. ¿Sabes? el diablo es terrible, porque viene  y hace de todo para que peques, para que sueltes la mano de Dios, para que te alejes de Él. Y cuando caes, él es el primero en decirte al oído: no ores, no levantes tu voz, no pidas nada a Dios porque no te puede escuchar, ya que estas viviendo en pecado.»

 Quiero decirte en el nombre de Jesucristo: no tengas miedo de levantar tu voz a Dios aunque estés viviendo en pecado. Clama por auxilio, por socorro y dile: «Señor, estoy aquí, no tengo fuerzas para levantarme, pero alzo mi voz a ti para que tú me levantes porque estoy perdido. Cuantas veces he querido volver a ti y no puedo, por eso clamo a ti, ven  y levántame. Yo no puedo hacerlo por mí mismo.»

DIOS SIEMPRE OYE LA VOZ DEL MUCHACHO

Dios siempre oye la voz del muchacho. Y en aquel momento el ángel de Dios llamo  a Agar desde el cielo y le dijo: “¿Que tienes Agar”? La madre estaba llorando al ver que su hijo moría. ¿Será que tu madre o tu padre  están llorando porque tú, el hijo que ellos aman estás muriendo? ¿No quieres ir más a la iglesia? ¿Estás hundido en los vicios?

¿Ese niño que nació en la iglesia, fue dedicado al Señor, creció en la iglesia, un día tal vez, tuvo un cargo en la sociedad de jóvenes, hoy, está lejos de Dios y de la iglesia?

Entonces escucha lo que el ángel le dijo a Agar: ¿Que tienes?» En otras palabras, ¿por qué lloras? No temas, no tengas miedo, porque Dios ha oído la voz del muchacho en donde está. Esa voz de impotencia, de derrota, de fracaso, esa voz clamando, pidiendo auxilio. Dios ha escuchado la voz del muchacho. Ahora levántate en lugar de llorar, toma la mano del muchacho, álzalo y sostenlo con tu mano, porque yo haré de él una gran nación. Entonces Dios le abrió los ojos, y Agar vio una fuente de agua, y fue y llenó el odre de agua y dio de beber al muchacho.

Aquí está la parte más hermosa del texto bíblico. Cuando las fuerzas humanas llegan al límite, siempre hay una fuente de agua que Dios provee para salvar a sus hijos. Levántate y toma al muchacho de la mano.

 ¡Cuántos jóvenes necesitan ser tomados de la mano! Quieren tomar la decisión y no pueden hacerlo. ¡Cuántos jóvenes se han ido lejos de Dios y no pueden volver! Pero la fuente de agua está allí, para que no mueras de sed en el desierto de esta vida. Hasta aquí has tratado de saciar tu sed bebiendo las aguas sucias y envenenadas de este mundo: La pornografía, la filosofía barata de este mundo, el liberalismo, la nueva era, que viene a través de la televisión, de las películas, de los libros y  las revistas. Has tratado de satisfacer tu hambre con la basura de esta vida, y no has sido feliz. Estas muriendo de sed. Tu corazón. Está hueco, vació. Cuando llega la noche no puedes dormir, sientes que te falta algo.

Quiero decirte una cosa: si tú no vienes a la verdadera fuente de agua que el Señor Jesús provee para ti, puedes andar por todo el mundo y siempre serás un hombre vació, y desesperado. Puedes conseguir dinero pero no será feliz. Puedes encontrar placer, pero te dejará cada vez más enloquecido y hueco. Puedes conseguir fama, poder, realización humana, pero de nada te va a servir, porque todo eso es agua envenenada que te lleva hacia la muerte.

LLAMADO

En este momento te invito, en el nombre de Jesús, a que vengas a beber de la fuente de agua pura que Jesús tiene para ti. Esta agua no saciará solamente tu sed, sino que limpiará tu cuerpo, tu mente y tu corazón. El agua sirve para limpiar, para saciar la sed, y también para dar poder. Sin el agua no podríamos tener las grandes hidroeléctricas y no tendríamos energía. Ven a la fuente. ¡Lávate en ella! ¡Pídele a Jesús fuerza para vencer tus hábitos y tus vicios! Necesitas poder para dejar el pecado. Ven a Jesús ahora. Bebe del agua que Él proveyó para ti.

El versículo 20 termina diciendo: «Y Dios estaba con el muchacho, y creció y habitó en el desierto y fue tirador de arco.» Quiero decirte que toda tu historia pasada, termina hoy aquí. No importa lo que hayas vivido atrás. No importa lo que las personas te hayan hecho. Hoy puedes nacer de nuevo. Hoy puede haber una nueva oportunidad para ti. Hoy, si le entregas el corazón a Dios, puedes recibir de Él, una página en blanco, para que escribas una nueva historia. Por lo tanto, levántate y corre en dirección del señor.

Jesús te está llamando. Él no puede hacer nada contra tu voluntad. No puede obligarte, solamente puede llamarte. Mira las manos de Jesús heridas por ti. Mira sus brazos en forma de cruz, esperándote. Ya has sido derrotado, has fracasado, estás muriendo de sed. Tu corazón está vacío, tu cuerpo está sucio. Bebe en la fuente del agua que  es Jesús.

Entrégale tu vida. ¡Ahora!

Más de lo que esperas

Más de lo que esperas

INTRODUCCIÓN

El texto para el mensaje de hoy está en Hechos 3:1 y 2  “Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de oración. Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían a cada día a la puerta del templo que se llamaba Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo”. (Hechos 3:1,2)

El propósito de este mensaje es mostrar que a veces el ser humano confunde la esencia de sus necesidades y carencias, pero que Dios está siempre dispuesto a darle lo que realmente necesita.

UN HOMBRE COJO DE NACIMIENTO

Existen dos fases distintas en la historia de este hombre: en la primera parte, era un paralítico,  incapaz de realizar cualquier cosa. Se arrastraba como una serpiente, cargaba su cuerpo atrofiado; pedía limosnas y vivía de la caridad de las personas. Miraba al cielo y se sentía incapaz de alcanzarlo. Esta primera parte de su historia es realmente triste. Sin embargo, la segunda parte es un capítulo glorioso. Lo vemos entrando al templo andando con sus propias piernas para alabar a Dios.

Imagina dos islas. Una de ellas representa el primer capítulo de la historia de este hombre: miseria, tragedia, discapacidad e impotencia. La otra isla representa el capítulo final: un hombre entrando al templo, valiéndose de sus propios pies, dando voces de júbilo y alabando a Dios por el milagro realizado.

Entre esas dos islas, existe un mar; y este es el mar que todos nosotros debemos atravesar un día. Existe mucha gente hoy, como el paralítico, arrastrando sus sueños en el valle de las lamentaciones. La vida es injusta muchas veces. Existe maldad y la crueldad de los seres humanos crea barreras y dificultades. Pero ese no es motivo para creer que todo está perdido y que solo te resta vivir pidiendo limosna para satisfacer apenas las necesidades del cuerpo. Hay otra isla mejor, existe un destino glorioso a donde Jesús desea llevarte, pero necesitas tener el mismo encuentro que este paralítico tuvo con Jesús a través del ministerio de dos apóstoles suyos.

PEDRO Y JUAN SUBÍAN JUNTOS

Analicemos el texto bíblico. Comienza diciendo: “Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la hora de oración”. Pedro era un hombre intrépido, práctico y realista. Juan era soñador, idealista y romántico. Dos personalidades diferentes unidos para alabar al Señor en el templo. El Espíritu de Dios había sido capaz de unir dos corazones y moverlos a adorar en un solo espíritu. Esta es una de las maravillas del evangelio.

Aquí está el primer pensamiento del texto de hoy: Dios desea una iglesia  unida pero no uniformada. No es su deseo que los cristianos se conviertan en un grupo de soldaditos de plomo, caminando de la misma manera, haciendo las mismas cosas y hasta hablando las mismas palabras. No, el cristianismo no destruye la personalidad de nadie. Jesús respeta la individualidad de los seres humanos. Cristo quiere unidad, sin embargo dentro de ella es necesario que haya diversidad de talentos, dones, personalidades, culturas y costumbres. 

¿Eres carpintero? Hay un lugar reservado para ti en la familia de Dios. ¿Eres político, hombre práctico y ejecutor? ¿Eres un idealista soñador? También hay lugar para ti en la familia de Dios. 

No existe nadie en este mundo que no haya recibido por lo menos un talento de Dios; y en este momento tú puedes dedicar ese talento al servicio de tu familia, de la sociedad, de tu país, de la humanidad y, principalmente, de la iglesia de Dios en esta tierra.

Pedro y Juan subían juntos al templo para orar. Eran compañeros de oración. Imagino que cuando Pedro se dirigía al templo, pasaba antes por la casa de Juan y lo invitaba a ir con él:

-Juan, estoy yendo al templo, ¿quieres acompañarme?

Aquí encontramos otra lección: busca un compañero de oración. Busca un hermano o amigo y ora con él. Si en tu carro hay lugar para una persona más, invita a alguien que viva cerca de tu casa y no tenga un medio de transporte, para ir a la iglesia contigo. La lección que Dios nos quiere enseñar es la de cuidarnos unos a otros en la vida espiritual, y asumir esto como una responsabilidad. No somos islas, no podemos esperar una maravillosa experiencia con Cristo, al estilo: Jesús, yo y nadie más. Necesito preocuparme por llevar a Juan, Felipe y María también.

CREÍA QUE SU PROBLEMA ERA LA FALTA DE DINERO   

La historia bíblica continúa diciendo que cuando Pedro y Juan se dirigían al templo,  encontraron en la puerta, a un hombre que había nacido paralítico y había vivido así alrededor de 40 años. Los médicos le habían dicho que no había esperanza de recuperación para él, nadie podía hacer nada para ayudarlo. Probablemente este hombre había hecho todo lo que estaba a su alcance para recuperarse. A esas alturas sus esperanzas casi habían desaparecido, el tiempo se las había llevado.

En esa época la sociedad no se preocupaba por crear facilidades para ayudar a los deficientes físicos, tampoco existían oportunidades de trabajo para ellos. En consecuencia, este hombre sólo podía dedicarse al humillante trabajo de pedir limosnas.

Pero era inteligente. En vez de pedir limosnas en las calles o en el centro de la ciudad,  iba al templo. ¿Sabes por qué? Seguramente en el centro de la ciudad había más personas, pero el paralítico suponía que al templo iban las más sensibles, aquellas que se preocupan con las necesidades humanas, los cristianos compasivos. Y no se había equivocado.

Si nosotros, que decimos llamarnos cristianos, no somos capaces de condolernos por los que sufren, ¿quién lo hará? Si como cristianos no somos capaces de organizarnos para ayudar a las autoridades a resolver problemas como la miseria, el hambre y el sufrimiento, ¿quién lo hará? ¿Podemos alabar el nombre de Dios con la consciencia tranquila, sin prestar atención a la mano extendida de un necesitado?

El paralítico de nuestra historia se instaló en la puerta del templo y extendió la mano. Esperaba una moneda. Este hombre pensaba que su gran necesidad era el dinero, por eso extendía la mano para pedir limosnas.

Los seres humanos, no siempre sabemos identificar  nuestras verdaderas necesidades. El hombre de nuestros días siente y sabe que algo le falta. Hay un vacío en su corazón. Al acostarse por las noches, siente ganas de llorar; no puede dormir. Experimenta una terrible angustia, parece que le estuviera debiendo algo a alguien y esto le produce un sentimiento de culpa. Constantemente se pregunta: ¿Qué me sucede? ¿Cuál es mi problema? No mato, no robo, no adultero, ¡no hago nada malo! Por el contrario: intento ser un buen marido, me esfuerzo por ser un padre de familia responsable, procuro ser un buen ciudadano, ayudo a mi prójimo… Pero, ¿por qué siento este vacío? ¿Por qué tengo  miedo del futuro? ¿Por qué siento ganas inexplicables de llorar? ¿Por qué busco algo que ni siquiera sé cómo identificar?    

Los psicólogos llaman a esta sensación de “crisis existencial”. El ser humano sabe que le falta algo, el problema es que no sabe definir qué es; entonces extiende su mano, como ese miserable mendigo, e intenta aferrarse a la cosas. 

Ese hombre extendió la mano esperando recibir dinero. Si Pedro se lo diese, probablemente el limosnero exaltaría el nombre de Dios y diría:

-“Señor, te agradezco por las bendiciones que me diste”.

Sin embargo Pedro sabía que el paralítico no necesitaba de dinero. Su verdadero problema era otro. Tal vez hoy esperas que Dios te cure del cáncer maligno que devora tu vida, pero déjame decirte algo que va en contra de lo que muchos cristianos están predicando hoy. Sé que muchos te incitan diciendo: “Se tienes fe, serás curado”; “si a pesar de estar desempleado tienes fe, mañana tendrás un trabajo”; “si el cáncer destruye tu vida, al venir aquí esta noche serás curado”. Todas estas son afirmaciones hechas en nombre de la fe, pero ¿qué nos enseña la Biblia?

Pablo fue un día a Jesús y le dijo:

-Señor, quita este aguijón de mi carne.

El apóstol padecía de un serio problema de salud y le pidió al Señor que lo curase, ¿sabe cuál fue la respuesta que recibió? “Mi gracia te basta; porque mi poder se perfecciona en la debilidad…” (2 Corintios 12:9).  

Pablo tuvo que soportar esa enfermedad por el resto de su vida; y por favor, no me digas que el apóstol no tenía fe. Esto prueba que la fe no sirve solamente para que las cosas sucedan como lo deseas. La fe sirve para que los milagros sucedan de la manera en que Dios lo dispone.

Un día, las hermanas de Lázaro mandaron mensajeros para que hablasen urgentemente con Jesús:

-“Ven y cura a nuestro hermano”.

Sin embargo, Jesús demoró y Lázaro murió. Días después el maestro apareció en la casa de María y Marta, y no llevaba una cura solamente; llevaba una resurrección, porque lo que Dios nos tiene reservado siempre es mejor de lo que esperamos.

El mendigo levantó la mano pidiendo apenas dinero, pero Dios tenía algo mejor para él: la sanidad completa.  

¿Recuerdas a Jairo? Él solo pedía una curación para su hijita, sin embargo Dios le había reservado el milagro maravilloso de la resurrección. Mi pregunta es: ¿Le estás pidiendo algo al Señor? ¿Tienes la impresión de que El no responde tus oraciones? Por favor, no pienses que Dios dejó de amarte, no tengas un concepto tan minúsculo sobre Él. No pienses que, porque las cosas no salen como lo deseas, el Señor se olvidó de ti. Recuerda que la fe no existe para que las cosas salgan de la manera en que tú lo quieres. La fe está para que las cosas ocurran como Dios, en su infinita sabiduría, sabe que tienen que ocurrir; y lo que Dios hace, aunque al principio no lo entiendas, siempre es lo mejor para ti.

NI ORO NI PLATA

Cuando Pedro Le dijo al paralítico que no tenía ni oro ni plata, seguramente el deficiente se sintió desanimado; pero algunos segundos después entendió lo que sucedía. Descubrió que lo que pedía era limitado. Dios tenía algo mejor para él.

Querido amigo, ¿de alguna manera te sientes hoy como un paralítico en la vida espiritual? ¿Hace mucho tiempo vienes sufriendo con una sensación de vacío en tu vida? ¿Hace mucho tiempo vienes extendiendo la mano por dinero, poder, fama, cultura o placer, intentando de alguna manera llenar ese angustiante vacío? Es necesario que entiendas algo importante: saliste de las manos del creador y no podrás ser feliz mientras no regreses a ellas. El día en que te encuentres con Jesús y le abras tu corazón diciendo: “Señor Jesús, necesito de ti. No entiendo nada, pero sé que necesito de ti. No creo, no tengo capacidad para creer, pero sé que necesito de ti. Obra un milagro en mi vida, ayúdame a creer”; ese día el Señor Jesús obrará un milagro maravilloso entrando en tu vida y transformándolo todo.

Desarrollé parte de mi ministerio en un lugar donde vivían muchas personas buenas, pero también era un nido de marginales y traficantes de drogas. Cuando la policía entraba, debía hacerlo en grupo para protegerse.

Cierto día, mientras estaba caminando por ese suburbio, dos muchachos me detuvieron. Uno de ellos puso un cuchillo a la altura de mi pecho mientras el otro me sujetaba fuertemente. Me quitaron el dinero, el reloj y el lapicero que tenía. Temblando de miedo les pedí que no me hicieran daño.

Dios tocó el corazón de esos jóvenes porque se llevaron todo lo que tenía, pero no me hicieron ningún mal. Permanecí inmóvil y temblando cuando escaparon, pero decidí continuar mi trabajo en ese lugar. En breve debería comenzar una campaña de evangelización, predicaría 90 noches seguidas, no podía simplemente desistir.

La primera noche de la campaña, percibí que un joven me miraba insistentemente; sin embargo cada vez que fijaba mis ojos en él, su mirada se desviaba o simplemente inclinaba la cabeza. Me observaba a escondidas. Grabé su rostro por este detalle.

Por algún motivo que en ese momento desconocía, el joven no compareció a las reuniones las dos noches que siguieron. Sin embargo, además de predicar, mi trabajo consistía también en visitar los hogares cercanos al lugar de las conferencias; fue así como, un cierto día, llegué a la casa de este joven. Cuando él me reconoció, se escondió. Su madre vino a la puerta y dijo:

-Mi hijo no está.

-Señora – le dije – acabo de verlo, llámelo por favor. Soy el pastor que está predicando en el salón comunal.

El muchacho salió. Estaba sin camisa y con el cuerpo lleno de tatuajes y cicatrices. Me miró y dijo:

-¿Qué es lo que quiere? – su tono de voz reflejaba fastidio –.

-Bueno – le dije – lo que pasa es que te echamos de menos, nunca más volviste a las reuniones.

Comenzamos a conversar y entrar en confianza. Todo andaba bien hasta que, de repente, el muchacho confesó algo que me dejó paralizado: él era uno de los asaltantes que se habían llevado mi reloj y mi dinero. Para finalizar la declaración, el joven dijo:

-Pensé que usted me había reconocido la primera noche que fui a las reuniones.

-No – le dije –, el día en que me asaltaste estaba tan oscuro que no pude verte; sin embargo ahora que estas confesando, me gustaría saber dónde están mi reloj y mi dinero.

El muchacho me miro con desconcierto y dijo:

-Pastor, ahora no me queda nada más.

-Pero tienes que devolverlo, – dije firmemente y como él se quedara en silencio, acrecenté – hagamos un trato: voy a predicar en ese local durante 90 noches seguidas, si compareces todas las noches hasta el fin de la campaña, te perdonaré la deuda; ahora, si no compareces, tendrás que devolverme todo. 

Y fue así que el muchacho comenzó a frecuentar las reuniones. A veces aparecía cuando yo estaba en la mitad del sermón, otras, cuando ya estaba terminando. Permanecía sentado en la última fila, mirándome con insistencia como diciendo:

-¿ves?, estoy aquí tal y como te lo prometí, estoy pagando mi deuda.

La verdad es que este joven no mostraba interés en el evangelio; sin embargo, querido amigo, hay algo que debes entender: puedes intentar esconderte de Dios por uno o dos días, tal vez por algunos años, pero no podrás escapar de Él para siempre. Un día, cuando no tengas a donde ir, Dios te alcanzará; cuando llegues al punto de no saber qué hacer y necesites ayuda con urgencia, ese día podrás caer de rodillas ante Él, y puedes tener la seguridad de que Él estará listo para abrazarte amorosamente y ayudarte a superar las dificultades.

Y así, un día Dios alcanzó a este joven. Su vida llena de inmoralidades, violencia y vicios fue completamente transformada. Nunca más robó, nunca más usó drogas y comenzó a trabajar honestamente.

Al ver este milagro, entendí que hay mucha gente en este mundo esperando que le demos una oportunidad. Hay gente que vive como vive, y es como es, porque nunca nadie le extendió la mano, nadie le prestó ayuda. Jorge Roberto se aferró con tanta fuerza a la oportunidad que alguien le dio, que logró salir de aquella vida miserable que llevaba y tuve la inmensa alegría de conducir a este joven a las aguas del bautismo.

Un año después me llamaron para trabajar en otro lugar. Al regresar a Lima los hermanos me dieron la noticia:

-Su amigo, Jorge Roberto, está muerto.

-¿Qué fue lo que le pasó? – dije, intentando asimilar lo que acabara de escuchar.

Un Sábado de mañana, en aquel barrio donde eran realizadas las conferencias, Jorge Roberto se despedía de los hermanos después del culto cuando, tres pandilleros que pertenecían al grupo del que fuera miembro en el pasado, en una operación de matanza a los “traidores”, lo atacaron clavándole siete cuchillazos.

Nadie fue capaz de reaccionar, ¡todo fue tan rápido! Jorge Roberto cayó, la sangre comenzó a brotar de su cuerpo, fue una escena terrible. Los hermanos intentaron socorrerlo pero él dijo que era mejor no tocarlo, pues iba a morir. Aun así, los hermanos los trasladaron al hospital más cercano; el diácono que estaba a su lado, sujetándole la cabeza, dijo que las últimas palabras de Jorge Roberto fueron:

-Hágame un favor, hermano, busque al Pastor Bullón y dígale que nos encontraremos en el cielo, cuando Cristo vuelva. 

Querido amigo, recordar esta experiencia me llena de esperanza, pues sé que llegará el día en que tendré la alegría de ver a Jorge Roberto nuevamente; pero al mismo tiempo esta experiencia me hace reflexionar: ¿Si Dios fue capaz de transformar la vida de aquel joven, porque no sería capaz de transformar la tuya? ¿Acaso hay algo en tu corazón que Dios no pueda cambiar?

LLAMADO

Aquel joven que mencioné era un pobre paralítico en la vida espiritual. Arrastraba sus sueños alegando que la sociedad había sido dura con él. La verdad es que desperdiciaba su juventud con las drogas y la violencia. Pero cuando se confrontó con Jesús, le permitió entrar a su corazón, se entregó. Renunció a su pasada manera de vivir y todo cambio en su corta existencia.

No sé cuál es la bendición que esperas recibir hoy. No conozco tus necesidades ni las carencias de tu corazón. Una cosa sé, y déjame decirte que Dios tiene algo mucho mejor de lo que esperas para ti. Pero necesitas dar el gran paso de fe; necesitas abrir el corazón a Jesús y decirle:

-Oh Señor, ya no puedo seguir viviendo así, levántame de esta parálisis espiritual. Necesito experimentar una nueva vida, conocer nuevos valores, tener otros ideales; necesito experimentar la sanidad completa.

Ven a Jesús como estás. Tráele las cargas de tu vida. No intentes resolver tus problemas con tus propias fuerzas. Todos los que lo han intentado, han fracasado y se han frustrado. Pero Jesús te ama y está dispuesto a hacer maravillas en tu vida.

Hoy. Ahora. En este momento.

 

Una vida por amor

Una vida por amor

El texto para el mensaje de hoy está en el Salmo 23:1 y 2 “Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará.”

El propósito de este mensaje es mostrar el tipo de relacionamiento que Dios desea cultivar con sus hijos

EL PASTOR Y SUS OVEJAS

Hay cuatro pensamientos que destacan en el texto de hoy. El primero está ligado al tipo de relación que Dios quiere tener con sus hijos: la relación pastor-oveja. Para entender la figura del pastor, tendríamos que viajar a las tierras donde la biblia fue escrita. En Latinoamérica, el pastor generalmente toma su cayado, arrea a las ovejas y las golpea con la vara cuando se salen del camino. En las tierras bíblicas es diferente: el pastor va delante de las ovejas y ellas lo siguen. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo es posibles que seres irracionales hayan aprendido a seguir a su pastor?

Si viviéramos en aquellas tierras lo entenderíamos. El pastor allá, no es pastor apenas por profesión, sino por vocación. No lo hace solo por el aspecto financiero. Claro que las ovejas son parte de su sobrevivencia pero el pastor ama a sus ovejas, duerme con ellas y hasta come a su lado. El pastor recibe a la ovejita recién nacida con sus propias manos y la acaricia con amor. Cuando va de un pastizal a otro, lleva a los corderitos en sus brazos, y de este modo ellos crecen, sintiendo el amor, el calor y la protección de su pastor. La ovejita llega a amar su pastor y, aun siendo irracional, instintivamente siente que al lado del su pastor hay seguridad y cariño; pasa a sentir que no puede vivir lejos de él. Por este motivo el pastor va adelante y las ovejas lo siguen. Si apareciera algún peligro, él sería el primero a enfrentarlo. Si hubiera un terreno escabroso, él sería el primero a lastimarse los pies. El pastor da la vida por sus ovejas.

EL CRISTIANISMO ES UNA REALACIÓN DE AMOR CON CRISTO

Lo que Dios quiere enseñar con esta ilustración es que no podemos tener miedo de Dios, ni de ser cristianos. El cristianismo no es un fardo pesado a ser cargado. No es una relación de miedo, sino de amor. Nadie necesita vivir asustado con una colección de normas y reglamentos a seguir. Tampoco puede caer en el terreno de la mediocridad, ni del conformismo. Todo lo contrario: el cristianismo libera, abre los ojos, hace que la juventud mire hacia horizontes sin fin, y sienta el deseo de progresar, crecer y luchar por ideales mayores. El cristianismo es una experiencia de amor que impulsa hacia horizontes sin fin.

¿Sabes por qué existen personas que tienen miedo del cristianismo? Por culpa de algunos cristianos que no entendieron la esencia de la vida con Cristo. A veces, cuando deseamos evangelizar a una persona empezamos presentándole una serie de normas, reglas y prohibiciones. Le decimos: “no puedes hacer esto, ni lo otro; no puedes vestir esto, ni aquello; debes dejar de comer esto y esto otro”.

¿Es esta la vida abundante que Cristo vino a ofrecer? ¿Por qué interpretamos y enseñamos cosas periféricas en nombre del cristianismo? Ese no es el pastor que se describe en el Salmo 23. En este salmo las ovejas no siguen a su pastor por miedo al castigo, o porque exista una lista enorme de reglamentos y leyes que deben obedecer. No es así. Lo siguen porque saben que él las ama. Él conquistó sus corazones y, aunque no sean seres racionales, su instinto les dice que pueden confiar en ese pastor.

Necesitas entender el maravilloso amor de Jesús. Jamás pienses que Dios te ama únicamente cuando te portas bien. o cuando cumples sus instrucciones. Cuidado con pensar que si te portas mal, las maldiciones de Dios caerán sobre ti. Ten cuidado de seguir a Jesús por miedo del castigo. Jesús desea conquistar tu corazón. Dejó su gloria en el cielo y vino a esta tierra a buscarte. Eres lo más precioso que Él tiene en este mundo. Él te ama con tus virtudes y defectos, con tus errores y aciertos. ¡Su amor es genuino y eterno!

Si eres un adicto y no puedes librarte de las garras destruidoras del vicio, déjame decirte una cosa: Dios no aprueba tu estilo de vida, pero no dejó de amarte, ni siquiera por un minuto. Él espera tu clamor. Todo el poder del universo está en sus manos y el Señor lo usará para librarte de las corrientes que te esclavizan.

¿Eres un hombre o una mujer que se hunde en las arenas movedizas del pecado? ¿Una prostituta? ¿Un asesino, inmoral, miserable o pervertido? No importa cuán aparentemente sucia sea tu vida, nunca dejes que entre a tu cabeza la idea de que no mereces el amor de Dios. Él dejó todo para venir a este mundo y darte paz. Desea transformar tu vida, para que cuando la noche llegue te acuestes y duermas tranquilo. Él hizo todo lo necesario para que hoy mires al futuro sin miedo. Él ya preparó el camino para que salgas de la mediocridad, de la derrota y del fracaso en que vives.

No tengas miedo de ser cristiano. Dios busca contigo una relación de padre e hijo y no una de patrón y esclavo. Él es tu Pastor. Tú eres su oveja. La vara en sus manos no es para golpearte sino para ahuyentar a tus enemigos. ¿Eso significa que puedes vivir como deseas, y continuar en el fango?

LAS VEREDAS DE JUSTICIA

Aquí entra el segundo pensamiento del Salmos 23: “Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia, por amor de su nombre”. (Salmos 23:3) “Mi pastor, dice David, me enseña a andar en las veredas de justicia.” ¿Qué es justicia? Jeremías, refiriéndose al Mesías que vendría, dijo: “En sus días, Judá será salvo e Israel estará seguro y este es el nombre por el cual será llamado: Señor, justicia nuestra”. (Jeremías 23:6)

Cuando yo era un niño escuchaba a las personas mayores orar pidiendo justicia.  “Cúbreme con tu manto de justicia” – decían. Y yo no entendía cómo sería ese manto.  ¿Qué es justicia para ti? ¿Quién es un hombre justo en tu opinión? ¿Ya oraste pidiéndole justicia a Dios? ¿Qué es lo que querías que Dios te diese?

Cuando piensas en la justicia de Dios ¿piensas en un atributo divino, en la fuerza que necesitas para obedecer, en el perdón? ¿Qué es justicia?  De acuerdo con Jeremías la justicia no es ni un atributo, ni una fuerza, ni una doctrina, ni mucho menos un concepto teórico.  La justicia es una persona. Es Jesús, justicia nuestra.

Quiere decir que cuando le pides justicia, Jesús te da su justicia.  Sólo que El viene a ti porque Él es la justicia.  Nadie puede separar a Dios de su justicia, ambos son una misma cosa.  Jesús es la propia justicia. Si este concepto no está bien claro en tu mente, cada vez que intentes ser justo vas a intentar portarte bien, vas a esforzarte para mantener una conducta intachable o cualquier otra cosa parecida.  Pero si sabes que Jesús es la justicia y deseas ser un hombre justo, todo lo que necesitas hacer es ir a Jesús y permanecer con El y en El, eres hecho justicia de Dios. Esto es lo que afirma San Pablo “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en El.”  (2 Corintios 5:21)

¿Te das cuenta? San Pablo va más allá de lo que cualquier ser humano puede imaginar.  Él dice que en Jesús el ser humano es hecho justicia y no que simplemente practica la justicia.

Con frecuencia pensamos que un hombre justo es aquel que no miente, no roba, no mata y cumple todo lo que la ley de Dios demanda.  Esto es verdad, pero sólo cuando es el resultado de estar en Jesús y permanecer en comunión constante con Él, porque Jesús es la justicia.  Separado de Él, el buen comportamiento no pasa de mero moralismo.  Y cristianismo no es moralismo.  Cristianismo es comunión con Jesús.

El cristianismo se transforma en una experiencia asfixiante, cuando la obsesión de la vida es simplemente portarse bien.  Pero es fascinante cuando es la experiencia maravillosa de vivir cada día con la persona que se ama: El Señor Jesús. ¿Deseas ser una persona justa? ¿Natural y auténticamente justa? Entonces solo existe un camino: debes vivir en comunión con la persona justicia. Sólo Jesús, viviendo en ti, es capaz de darte el natural y verdadero sentido de justicia.

¿Quieres andar en los caminos de la justicia? ¿Dejar de tener una vida injusta? ¿Quieres andar en los caminos de la integridad y la obediencia, deleitándote en hacer la voluntad de Dios? Muy bien, existe sólo un camino: sigue al pastor. No te confundas con pastores humanos. Nunca sigas a los hombres. Sigue a la persona-justicia, bebe de la fuente de justicia; sólo así vivirás una vida que será como una fuente de inspiración para otros. Hombres públicos que se aferren cada día a la verdadera fuente de justicia, serán una inspiración para su pueblo.

EL VALLE DE SOMBRA Y DE MUERTE

El tercer pensamiento de Salmos 23 tiene que ver con la realidad de esta vida: “Aunque ande en valle de sombra y de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo.” (Salmos 23:4)

Jesús nunca prometió que sus hijos no pasarían por dificultades. El salmista David no dice: “El Señor es mi pastor, y nunca andaré en medio del valle de la sombra y la muerte”. No. No es esto lo que dijo. El texto afirma: “aunque ande en valle de sombra y de muerte, no temeré mal alguno.”

Cuidado con reclamar a Dios el cumplimiento una promesa que nunca hizo. Cuando una enfermedad llegue a tu casa, o un accidente a tu vida. Cuando la muerte toque a unos de tus seres queridos. Cuando la tempestad ruga y la noche se vuelva intensamente oscura, ten mucho cuidado en mirar a Dios y decirle:

-Si estás conmigo, ¿por qué vienen las dificultades a mi vida? ¿Dónde está Dios?

Dios está dónde siempre está. Él no te desampara, ni te abandona. Pero vivimos en un mundo de pecado. Marchamos a nuestro glorioso destino pero lo hacemos a través del desierto de miseria y muerte de esta vida. Cuando llueve, lo hace para justos e injustos, y cuando sale el sol, también. Y en este mundo, los que siguen al Pastor también están sujetos al sufrimiento, al dolor y a la muerte.

Entonces tal vez te preguntes: ¿Cuál es la ventaja de ser cristiano? Es grande. El sufrimiento en la vida de los que no tienen a Cristo es como una herida infectada, como la gangrena, que va devorando la carne y mata. Mientras los que tienen a Cristo también pueden sufrir, pero el sufrimiento del cristiano es como la herida limpia. Duele, sangra pero finalmente sana y solo quedan cicatrices. Cuando hoy ves una cicatriz de infancia, sonríes al recordar el día en que la herida estaba abierta.

Esta es la promesa que Dios te hace: “En esta vida, hijo mío, muchas veces pasarás por el valle de la sombra y de la muerte, tus pies sangrarán y te lastimarás, llorarás por tener que enterrar a tus seres queridos; yo no prometo librarte del sufrimiento y los momentos dolorosos, pero te prometo que, en medio del sufrimiento, nunca estarás solo, yo estaré a tu lado, y no serás destruido”.

EL TRIUNFO DE LOS REDIMIDOS

Precisamente aquí entra el cuarto pensamiento de este salmo: “Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite, mi copa está rebosando”. (Salmos 23:5)

Observa la escena descrita por el Salmista: Los hijos de Dios están congregados en torno de la mesa del banquete. Al otro lado se encuentran sus enemigos. Los hijos de Dios participan de una reunión de gozo y de alegría. Hay una mesa llena de manjares y comidas deliciosas, mientras del otro lado los enemigos son incapaces de tocar al pueblo escogido. El dolor, el sufrimiento, la miseria, la traición y la cobardía llegaron a su fin. Los enemigos se sienten incapacitados de hacer algo. Los hijos de Dios pasaron por el valle de la sombra y la muerte, pero el enemigo está finalmente vencido. “Dios enjugará las lágrimas de los ojos de ellos, y ya no habrá muerte, ni más llanto, ni lamento ni dolor; porque las primeras cosas habrán dejado de existir.” (Apocalipsis 21:4)

Dios nunca prometió que no tendrías dificultades en este mundo, pero prometió que las dificultades no te atormentarían por el resto de tu vida. ¿Estás sufriendo? ¿Cuánto tiempo crees que el sufrimiento te hará llorar? Tal vez un año o dos, tal vez cuatro o cinco, pero finalmente el sol volverá a brillar. Esta es la maravillosa promesa de Dios.

En este momento puedes estar viviendo un drama familiar, tu hijo puede estar amarrado a los vicios sin poder salir, puedes haber perdido a tu hija, estar desempleado, con miedo del futuro, o alguna enfermedad física tal vez  atormente tu vida. Soportaste solo y por mucho tiempo, pero parece que ya no puedes más. Entonces recuerda: “Dios no prometió que no tendrías dificultades. Pero te prometió que, en medio del valle de sombra y de muerte, nunca te desampararía”.

Quizás no lo veas, tal vez no lo sientas, pero Dios está allí. Él enjugará tus lágrimas y te consolará en medio del dolor. Te dará las fuerzas que necesitas para continuar tu camino. Y, finalmente, preparará la mesa y hará un gran banquete en presencia de tus enemigos. Te hará regocijarte en presencia de todo lo que te provocó sufrimiento.

El enemigo de las almas no podrá hacer nada más contra ti. Estarás libre y serás victorioso. Mirarás al pasado y verás que todo lo que sufriste habrá valido la pena, porque formó parte de una experiencia de victoria.

¡Qué salmo maravilloso! Primero: “el Señor es mi pastor”, este es el tipo de relación que Cristo desea mantener con sus hijos. Segundo: “me guiará por sendas de justicia”, pues sólo Cristo es justo y si deseamos ser como Él debemos andar a su lado; sólo así alcanzaremos una vida de victoria y obediencia en esta tierra. Tercero: En medio del valle de sombra y muerte nunca estarás solo, el pastor estará a tu lado. Finalmente: llegará un día en que las angustias acabarán; el dolor y las lágrimas de tristeza no existirán más. El Señor preparará una mesa en presencia de tus angustiadores. Podrás regocijarte eternamente.

LLAMADO

Estaba en Santiago de Chile. Alrededor  del mediodía, salí para almorzar y encontré varios recados en la contestadora electrónica. Querían hablarme desde el Brasil, desde el Perú, de todos lados. En ese preciso momento sentí algo extraño en el corazón, algo terrible debía haber ocurrido para que todos quisieran hablarme al mismo tiempo. Minutos más tarde, recibí la llamada y me dieron la noticia.

Mi hermana, de 30 años en aquel entonces, era casada con un pastor. El miércoles de aquella semana, ese pastor había ido a predicar a una pequeña ciudad. Después de la predicación volvía para casa por una carretera solitaria. En el camino oscuro fue cobardemente asesinado con un tiro de escopeta, dejando una joven viuda con una pequeña de 5 años y una bebita de 6 meses.

¿Dónde estaba Dios que no había cuidado a su hijo? ¿Dónde estaba Dios que no había protegido a un siervo que acabara de abrir la biblia, transmitiendo esperanza y paz a esos corazones atribulados? ¿Dónde estaba Dios en ese momento? ¿No es esto lo que nos preguntamos siempre que el dolor toca las puertas de nuestro corazón?

Era de madrugada cuando llegué a casa de mi madre. Mis hermanos estaban en la sala. Mi hermana en un cuarto, sola. Entré y la vi recostada. Me arrodillé al lado de la cama y comencé a orar. Ella despertó y al verme me abrazó mientras lloraba. “Muchas gracias por haber venido”, me dijo, “muchas gracias por estar aquí”. La abracé con fuerza y le susurré al oído:

-Un día Dios responderá todas tus preguntas. Un día entenderás el porqué.

Aun llorando, me respondió:

-No le estoy preguntando nada a Dios, no quiero que me responda nada. No entiendo porque permitió que ocurriera todo esto, pero lo amo y confío en Él. Sólo quiero que me abrace bien fuerte para que yo logre convivir con este sufrimiento.

Ese día entendí que valía la pena creer en Jesús. ¿A dónde vas cuando ruge la tormenta o tus recursos humanos fallan? Si Jesús no tiene lugar en tu vida, ¿a dónde vas? ¿A dónde corres cuando tu hijo está muriendo y no puedes hacer nada para ayudarlo? ¿A dónde vas si no es a Jesús?

Vale la pena creer en Cristo. Él nunca prometió que no llorarías, pero prometió que enjugaría tus lágrimas. Y si puedes tener el privilegio de que Jesús, tu querido Jesús, enjugue  tus lágrimas, entonces bienvenido sea al dolor.

Aférrate a Jesús en este momento, ábrele el corazón y déjalo entrar. Ve por la vida sin miedo, pues con el pastor a tu lado, la tormenta nunca te causará temor y la oscuridad no te asustará.

 

Nunca es tarde

Nunca es tarde

INTRODUCCIÓN

El texto para el mensaje de hoy está en Juan 1:11-14 “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Y aquel verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria del unigénito como del padre), lleno de gracia y de verdad”

El propósito de este mensaje es mostrar que nadie ha caído tanto que Dios no sea capaz de rescatarlo, porque el amor divino es inconmensurable y eterno

LOS SUYOS NO LO RECIBIERON

El Apóstol Juan declara en este versículo que Jesús vino a los suyos pero infelizmente los suyos no le recibieron. ¿Por qué no le recibieron si eran los suyos? La triste realidad es que aquel pueblo creía que era el pueblo de Dios pero vivía sumergido en las profundidades oscuras de la incredulidad. No hay peor situación que la del que dice creer pero tiene el corazón endurecido. ¿Como habían llegado Israel a esa triste situación?

Un enemigo los había asaltado en el camino de la fe. Se encontraban prácticamente secuestrados. Sus prisiones no eran vicios, ni hábitos pecaminosos. No había aparentemente nada de malo en ellos. Su comportamiento era digno de las mejores escuelas de moralidad. Guardaban los mandamientos y diezmaban hasta la menta y el comino, pero se encontraban encerrados en las rejas de su propio moralismo

¿Alguna vez fuiste asaltado? Es algo traumático. Es una experiencia interesante de ser contada pero terrible de ser vivida. Después del asalto, algo desagradable ocurre: la víctima empieza a temblar al pensar que podría haber sido muerta, se asusta con la idea de que hayan personas capaces de matar por un poco de dinero. Después del asalto, tienes la impresión de que toda persona desconocida que se te aproximaba, te va a asaltar. Desconfías de todos: cuando alguien viene por la misma vereda, te pasas a la otra. En el paradero del ómnibus te sitúas distante de las personas, y si alguien se te aproxima lo miras con sospecha, preparándote para escapar si fuese el caso. Has vivido un momento dramático y eso te ha dejado traumatizado.

EL ASALTO DEL DIABLO

El pecado fue el peor asalto que la humanidad sufrió. El enemigo nos arrebató la vida, los valores y las virtudes. Pero por encima de todo y en primer lugar, nos arrebató el amor, el carácter abnegado de Jesucristo. Nos llevó a desconfiar de todos y de todo. Nos enseñó a mirar a nuestros semejantes con ojos de sospecha. Tal vez esto sea lo más trágico del pecado. Genera desconfianza entre los seres humanos, crea barreras intransponibles, abre brechas entre los esposos, obstaculiza la relación entre padres e hijos.

El pecado abre distancias entre los miembros de una misma iglesia, provoca heridas que no cierran, causa traumas que el tiempo no borra. Nos aleja, separa y desconecta del mundo. Como Adán, corremos a escondernos entre los árboles que creamos en nuestra asustada mente. Nos escondemos no solo de Dios sino de nosotros mismos. Empezamos a vivir en las sombras de la floresta de traumas y preconceptos que creamos. Por eso, cuando eras niño y hacías algo malo, la primera idea que venía a tu cabeza era esconderte.

El pueblo de Israel en los tiempos de Cristo vivía escondido en la floresta de reglas y normas que había creado para aparentar que todo andaba bien, cuando, ocultos entre tantas minucias religiosas, vivía semidesnudo, intentando cubrir la desnudez del alma con miserables hojas de higuera. Por eso “a lo suyo vino y los suyos no le recibieron.”

No se puede negar que el pecado separa a las personas, a las familias, y a los amigos. Tal vez en este momento te sientas traicionado por alguien en quien confiabas: tu cónyuge, tus hijos, tus padres, incluso un pastor o anciano de iglesia. Entiende lo que estoy diciendo. Esto es lo que el pecado hace.

EL PECADO TE SEPARA DE DIOS, NO A DIOS DE TI

Lo peor de todo es que el pecado te separa de Dios. Pero percibe bien este concepto. El pecado te separa de Dios pero no separa a Dios de ti. Observa lo que dicen las Escrituras: “El SEÑOR me ha aparecido desde hace mucho tiempo, diciendo: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te he prolongado mi misericordia. ”. (Jeremías 31:3) ¿Te das cuenta? Amor eterno, que no acaba nunca. Los cielos y la tierra pasarán pero la promesa del amor de Dios hacia ti permanecerá para siempre.

Los líderes de iglesia en los tiempos de Cristo no entendían este mensaje. Tengo la impresión de que muchos cristianos tampoco lo entienden hoy. El pecado nos separa de Dios, pero no separa a Dios de nosotros. En los tiempos de Jesús, las personas confundían al pecado con el pecador. Cuando un hombre pecaba, era rechazado, despreciado, y nadie quería relacionarse con él. Lo consideraban inmundo y despreciable. Pero Jesús vino para arrancar ese concepto de la mente humana. Por eso, mientras los miembros de la iglesia de su tiempo se alejaban de los pecadores, Jesús los buscaba y se juntaba a ellos.

Esto no quiere decir que Jesús aprobara la conducta de los pecadores. Sin embargo sabía que para salvarlos, tenía primero que buscarlos y amarlos. Mientras tanto, los líderes de la iglesia de aquel tiempo criticaban al Salvador por esta actitud. Ve lo que dice la Biblia: “Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come”. (Lucas 15:1, 2)

Los miembros de la iglesia de Dios en aquella época, no entendían que el pecado nos separa de Dios, pero no separa a Dios de nosotros. Cuando pecamos escogemos abandonar a Dios, partimos rumbo a nuestro propio mundo y andamos en nuestros propios caminos, haciendo cosas que nos lastiman a nosotros y a quienes están a nuestro alrededor. Pero el pecado no separa a Dios de nosotros: Él nos busca. Suplica que volvamos. Espera pacientemente y nos ama de la manera más pura que pueda existir. Los líderes del tiempo de Cristo no lograron entender algo tan simple, y se dedicaron a perseguir al Señor Jesús y, finalmente lo mataron.

Todo el ministerio de Cristo de concentró en buscar y salvar a los perdidos. Miserables pecadores, prostitutas despreciadas, leprosos que cargaban en su cuerpo las consecuencias de su vida licenciosa. Todos estaban perdidos. Gente como María Magdalena, que había prometido siete veces que cambiaría de vida y no lo había logrado por falta de fuerzas. Hombres y mujeres como los paralíticos y ciegos, que no tenían ninguna esperanza de vida, ni sabían a dónde ir. Jesús buscó gente así, y vivió a su lado con la finalidad de salvarlos.

En la hora de su muerte, el Señor no escogió a dos hombres de conducta intachable para morir entre ellos. Fue crucificado entre dos ladrones. Murió de la misma manera en que vivió: entre pecadores. Él había venido a este mundo para dar esperanza a los perdidos. Ellos fueron la razón de su ministerio.

BUSCAR AL PECADOR NO SIGNIFICA ACEPTAR SU PECADO

Esto no significa que Jesús aprobara la vida de pecado de la prostituta, o aceptara la deshonestidad de Zaqueo. ¡No! Jesús no aprobó jamás los caminos malos de estas personas. Él no puede consentir el pecado, pero, ama al pecador. Su vida es pura, su naturaleza es santa, y a su lado los pecadores se vuelven santos y puros. Por favor, no digas que Jesús ha llegado a tu vida si continúas hundido en las aguas oscuras y malolientes del pecado. Eso es imposible. No puede haber comunión entre la justicia y la injusticia, ni entre la luz y las tinieblas. Cuando Jesús llega a tu vida no es para decirte que puedes seguir agonizando en ese lamazal, sino para sacarte de ese pozo de muerte y llevarte a la vida de libertad. Por eso dijo un día: “Conocerás la verdad, y la verdad te hará libre.”

Este es un mensaje de esperanza para ti y para mí. No importa quién seas o por dónde hayas andado, ni cuán fondo hayas caído, ni de qué manera hayas vivido. Tampoco importa cuán atado estés a tus malas costumbres, vicios o hábitos. Jesús te ama. No aprueba tu conducta, pero te sigue amando. Este es el mensaje central de la biblia. El ser humano puede vivir lejos de Dios por causa del pecado, pero aun así Dios lo ama. Por más que el hombre viva en la miseria del pecado, Dios no pierde las esperanzas y sigue confiando en que un día su hijo volverá. Necesitas entender que no hay nada que puedas hacer para que Dios te ame. Su amor por ti no depende de lo que hagas o de lo que dejes de hacer.

DIOS AMABA A ISRAEL A PESAR DE SU IDOLATRÍA

La historia bíblica registra que un día, mientras el Señor entregaba las tablas de la ley a Moisés en la montaña, el pueblo de Israel abajo, se entregaba a la idolatría. Había hecho un becerro de oro y danzaba a su alrededor en adoración y alabanza. Aquellos hombres y mujeres aparentemente no querían saber nada de Dios, estaban adorando a una simple hechura humana. Pero Dios les dijo. “Me harán un santuario y yo habitaré en medio de ustedes.”

¿Cómo puede Dios habitar en medio de un pueblo que no quiere saber nada de Él? Este es el maravilloso misterio del amor de Dios: Él va en busca del ser humano. Cree, espera y trabaja a través del Espíritu Santo que no deja tranquilo al pecador. Aunque tus pies transiten por los senderos de la muerte, el Espíritu te habla de una manera, y de otra. A veces, en forma dramática. Otras, de manera suave. Te habla con amor, te sacude, te  lleva a pensar a través de un terremoto, o una tragedia, pero te sigue hablando. No pierde las esperanzas y sabe que un día finalmente despertarás. Porque el amor de Cristo es redentor, pero al mismo tiempo transformador. Si te dejas amar, su poder obrará maravillas en tu vida. Por eso el Señor te busca y, dejarte encontrar es la única salida para tu desesperada situación.

¿POR QUE?

En los versículos 1 y 2 del capítulo 15 de Lucas los fariseos, que no entendía el poder transformador del amor de Dios, se preguntan entre ellos:

-¿Por qué Jesús se junta con los pecadores? ¿Por qué vive y come con los inmorales? ¿Qué testimonio es ese?

La respuesta del Maestro llega en forma de parábolas, y en ese capítulo encontramos tres de ellas: la parábola de la oveja, de la moneda y del hijo. Los tres están perdidos. Con estas parábolas Jesús afirma que Él se junta con los pecadores porque esa es la única forma de encontrarlos y salvarlos.

La parábola del hijo es conocida como la parábola del “hijo pródigo”. ¿por qué este hijo se llama “pródigo”? Fue demasiado pródigo al gastar su dinero, su vida, su salud y su juventud. El hijo rebelde solo hizo tonterías. Pero él no es el centro de la parábola. Creo que la parábola no debería llamarse “el hijo pródigo”, y si “el padre pródigo”. Pródigo en amar y en creer, pródigo en tener paciencia y saber esperar.

La figura que se destaca en Lucas 15, no es el hijo que se pierde, sino el padre que ama y espera pacientemente. El espíritu de profecía dice que fue el amor del padre que finalmente venció en el corazón del hijo y lo trajo de vuelta. Ahora pregunto: ¿Será que este padre solo amó a su hijo cuando se comportaba bien y ayudaba en la granja, cumpliendo sus deberes de hijo? ¿O lo amó también cuando vivía en medio de las prostitutas, gastando su dinero y su vida, y terminando entre los cerdos? ¿En qué momento Dios ama más a sus hijos? ¿En qué momento de la parábola este padre amó más al hijo?

Cuando el hijo estaba en casa y se portaba bien, el padre seguramente lo amó mucho y se sintió feliz. Pero cuando se hundió en la miseria del pecado, lo continuó amando mucho, pero se sintió triste. Aquí está la diferencia: cuando dejamos que el poder de Cristo nos transforme y que su Espíritu Santo guíe nuestros caminos, Dios no ama intensamente y se siente feliz. Pero cuando dejamos de prestar atención a la dirección del Espíritu Santo y nos hundimos en la miseria de la vida, el Padre continúa amándonos, pero con tristeza y dolor.

El otro día alguien me dijo:

– Pastor, este asunto es muy peligroso. Si usted dice que el hombre peca y Dios lo continúa amando, y que ese amor no tiene límites; está incentivando el pecado. La gente puede pensar que no hay necesidad de dejar de pecar, pues Dios la ama aún en el pecado. 

El que piensa de este modo no comprendió lo que el amor de Dios es capaz de hacer. Si el amor no es capaz de transformar una vida, nada más lo será. Fue el amor de Cristo que transformó la vida de María Magdalena. Ella había fallado una y otra vez. Había prometido que nunca más caería pero había fracasado. Y no tenía más fuerzas para intentar de nuevo. Yacía en la miseria esperando la muerte eterna. Pero Jesús nunca perdió la esperanza con ella y la siguió amando, hasta que finalmente su amor redentor y transformador la conquistó y la sacó de la miseria.

Sí mi amigo querido. El amor de Jesús es el más grande y mejor argumento para concientizar al ser humano de su estado pecaminoso. Cuando María comprendió esto, se aferró al único rayo de esperanza que le restaba, y fue bañada con la gracia de Jesús. Aprendió a desconfiar de su propia fuerza de voluntad y a depender de Cristo, a buscarlo de rodillas diciendo:

-Señor, sin ti no soy nada, estoy perdida. Puedo prometer un millón de veces que no lo haré más, pero seguiré hundiéndome en la arena movediza de mis pecados. Necesito que obres un milagro en mi vida; que hagas lo que yo no puedo hacer por mí misma, ¡ayúdame!”.

Y un día, cuando nadie esperaba más nada de aquella pobre pecadora, María Magdalena fue transformada por el Señor Jesús y permaneció fiel a Él hasta en la hora de la crucifixión, cuando todos lo abandonaron.

EL AMOR DUELE MÁS QUE EL CASTIGO

Mi padre era un hombre duro. No admitía errores. A pesar de no ser cristiano, era una persona muy honesta. No aceptaba a Jesús, pero era moralista. Para ser moralista no se necesita ser cristiano. Ser cristiano es vivir preocupado en dejar que Cristo habite en ti. Ser moralista es vivir preocupado apenas en portarse bien. Pero gracias a Dios, al final de su vida, mi padre aceptó a Jesús y se convirtió en un cristiano.

Como ya dije, él no admitía errores, y cuando yo era niño vivía quebrando las reglas.   Cierto día hice algo indebido. Mi padre ya me había advertido al respecto, pero yo continuaba errando en el mismo punto, a escondidas, creyendo que él nunca me descubriría. Pero un día fui descubierto. Sabía que tendría que acertarme con él. En la última reprensión me había dicho:

-Si vuelves a hacer esto, recibirás varios correazos.

Así que, al verme descubierto,  me preparé para recibir el castigo. Cuando mi padre llegó, me dijo:

-Vamos al cuarto.

Yo debía tener nueve o diez años. Aquel día me había puesto tres pantalones para disminuir el dolor, pero mi padre se dio cuenta. Imagino hoy la escena: Yo con las piernas gruesas por causa de los pantalones. Pensaba que él no lo percibiría. Pero la verdad es que me encontraba en una situación ridícula, intentado resolver mi problema con tres pantalones.

Mi padre podría haberse reído de mí, pero no lo hizo. Por el contrario, pude ver dos lágrimas en sus ojos. El cinturón estaba en su mano y yo sabía que merecía el castigo. Estaba resignado a recibirlo y me había prometido que no lloraría. Pero entonces sucedió algo extraño. Aquel hombre duro, se emocionó y dijo:

– Hijo, ven aquí, aproxímate más.

El cinturón estaba en sus manos. Cerré los ojos esperando el primer correazo, pero en lugar del castigo sentí un abrazo. Mi padre me abrazó y dijo:

-Hijo, no pienses que siento placer en castigarte. Yo te amo, pero tengo que hacer esto por tu propio bien, para que no sufras cuando crezcas. Debes aprender a obedecer ahora. Pero esta vez no voy a castigarte, vete tranquilo y no lo vuelvas a hacer.

Si mi padre me hubiera dado los correazos que merecía, no hubiera derramado una sola lágrima; pero aquella tarde lloré. Su abrazo me dolió más que los chicotazos. Su amor me dolió más que el castigo. Ese mismo día prometí que nunca más haría llorar a mi padre.

Jesús conoce bien el poder que el amor tiene, por eso cuando caemos, no nos dice:

-Vete, no sirves para nada. Profanaste mis mandamientos y traicionaste mi confianza, no quiero saber de ti nunca más, eres un caso perdido. Olvida que existo y no vuelvas a Mí. Cuando me necesites no estaré y tendrás que arreglártelas solo.

¡Gracias a Dios que las cosas no funcionan de este modo con Él! El pecado aleja al hombre de Dios, pero no es capaz de alejar a Dios de nosotros. Él te busca, te espera, te llama y confía en que volverás. Por eso no tienes derecho a permanecer triste, pensando que no hay solución para ti. Dios te ama. Nunca dejó de hacerlo. Jesús murió para salvarte. Envió a su Espíritu Santo con la plenitud de su poder, para hacerte victorioso y sacarte del pozo del pecado.

LLAMADO

¿Recuerdas lo que dice el texto inicial? ”A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron, pero a todos los que le recibieron les dio potestad de ser llamados hijos de Dios.” En el día final de la historia de este mundo. Cuando Jesús aparezca en las nubes de los cielos, ¿sabes cuál será la diferencia entre las ovejas y los cabritos, entre las vírgenes puras y las insensatas, entre los hijos de la luz y los de las tinieblas? ¡Jesús! ¡Solamente Jesús! Los que le recibieron y los que le rechazaron. Muchos miembros de iglesia se perderán. A pesar de haber cumplido todo lo que se esperaba de ellos. Se perderán, no por haber andado en caminos de pecado, sino por no haber recibido a Jesús como su Salvador.

¿Quieres aceptar a Jesús como tu Salvador y Señor? Este el momento de abrirle tu corazón y decirle:

-Señor, Gracias porque nunca dejaste de amarme, gracias por el poder que viene de la cruz para transformar mi vida, ¡Gracias, muchas gracias! Jamás tendré palabras para agradecerte por todo lo que hiciste por mí. Todo lo que puedo hacer es darte este pobre corazón que ni siquiera sabe amar. ¿Puedes aceptarme?

 

 

Por qué y cómo hacer llamados evangelísticos

Por qué y cómo hacer llamados evangelísticos

El llamado evangelístico no es una idea humana. La Biblia entera, desde el Génesis hasta el Apocalipsis es un libro de llamado. En los últimos versículos de las Sagrada Escrituras encontramos la descripción de una iglesia cuya misión es llamar a los pecadores al arrepentimiento: “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.” (Apocalipsis 22:17)

El Apóstol Pablo no solo llamaba, sino rogaba que las personas se entregasen a Jesús. Él afirma que “somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.” (2 Corintios 5:19-20)

Pablo solo seguía el ejemplo del primer evangelista de la Biblia. (2 Pedro 2:5) La Sierva de Dios dice, refiriéndose a Noé: “El arca se terminó en todos sus aspectos como Dios lo había mandado, y fue provista de alimentos para los hombres y las bestias. Y entonces el siervo de Dios dirigió su última y solemne súplica a la gente. Con anhelo indecible, les rogó que buscasen refugio mientras era posible encontrarlo. ” (White, Elena. Dios nos Cuida. Pág. 194)

Observa cuantas veces se repite el verbo “rogar”. Esto denota la insistencia del predicador. La predicación no es la simple exposición de un asunto sino la persuasión de los oyentes a comprometerse con Cristo y el mensaje.

SE HACE EL LLAMADO PARA ALCANZAR AL SER HUMANO COMPLETO

Si desde el punto de vista divino el propósito de la predicación es la persuasión, necesitas alcanzar al ser humano en su unidad completa.  Todos poseemos facultades físicas, mentales y espirituales, y en la hora del llamado, la persona debe ser alcanzada en esas tres áreas.

Las cosas relevantes que el ser humano hace, las hace con su cuerpo, su mente y su corazón. Por eso Jesús dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. (Mateo 22:37) Y Pablo afirmó: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. (1 Tesalonicenses 5:23)

Cuando el predicador llama a las personas las está comprometiendo con Cristo y el mensaje. El llamado es la manifestación física de que el oyente a entendido el mensaje con su mente y lo ha aceptado con su corazón. La Sierva de Dios sabía, que esa era la forma correcta de predicar, y por eso cuando predicaba, no dejaba de hacer un llamado a los oyentes. En cierta ocasión escribió “Asistí a la reunión en la Iglesia de Battle Creek. Aproximadamente durante una hora hablé con libertad a los hermanos acerca de que la caída de Adán trajo desgracia y muerte… Sentí que debía instar a la gente en cuanto a la necesidad de una entera consagración a Dios: la santificación del ser entero, alma, cuerpo y espíritu… Hubo profundidad de sentimiento en la congregación… En la reunión esa noche, llamé al frente a los que tenían un deseo de ser cristianos. Se adelantaron trece. Todos dieron testimonio para el Señor. Fue una buena obra.” (White, Elena. Diario, Enero 12, 1868).

PASOS PARA HACER LLAMADOS EVANGELÍSTICOS

En primer lugar, recuerda que la tarea de llamar a los pecadores al arrepentimiento es del Espíritu. Por lo tanto, prepárate espiritualmente para ser un instrumento útil en las manos del Espíritu. Ora mucho, conságrate a Dios, no olvides que tú eres apenas una herramienta que Dios usa cuando desea, y cuando quiere, descarta. Sin embargo, hay algunos pasos que son necesarios conocer para alcanzar a los oyentes con más eficacia.

  1. El llamado empieza en la hora de la alabanza congregacional.- Escoge himnos con letras que inspiren a las personas a responder al llamado. Ellas ni siquiera saben que se les hará un llamado y sin embargo ya estarán cantado y diciendo que aman a Jesús y desean seguirle.
  2. Continúa con la oración inicial.- Las personas desean que otros oren por ellas. Antes de leer el texto y comenzar la predicación, pida que las personas que desean presentar sus pedidos de oración vengan al frente. Así ellas ya se estarán familiarizando para responder al llamado después del mensaje.
  3. No temas decir que vas a hacer un llamado.- El llamado no tiene que ser una sorpresa para el oyente. Así que no temas repetir algunas veces durante la predicación, que al final llamarás a las personas que acepten la invitación de seguir a Jesús.
  4. Cuando llegue el momento del llamado explica con claridad y sencillez, lo que deseas.- Nada de subterfugios, ni artimañas, ni falsas promesas. El llamado debe ser honesto si deseas que Dios actúe. ¿Estás llamando a las personas para que se entreguen a Jesús? ¿Para que estudien la Biblia? ¿Para que se bauticen? ¿O simplemente para orar por ellas? El llamado tiene que estar claro en tu mente para que las personas logren entender y responder.
  5. En la hora del llamado usa un himno cuyas letras combinen con el mensaje presentado.- La música es el idioma del cielo y tiene un poder extraordinario. El espíritu Santo usa el mensaje hablado pero hay rincones del Corazón humano a donde solo llega el mensaje cantado. “El canto es uno de los medios más eficaces de impresionar el corazón con la verdad espiritual. A menudo, por las palabras del cántico sagrado, fueron abiertas las fuentes del arrepentimiento y de la fe.” (White Elena, Evangelismo. Pag, 365)
  6. Después que has hecho bien tu parte, deja los resultados con Dios.– Nosotros presentamos el mensaje de la manera más clara posible y después invitamos a las personas para que acepten a Jesús, pero no tenemos la capacidad de transformar vidas. Esa es la obra del Espíritu Santo. Deja esa obra con Él. No temas. No dudes. La Sierva de Dios también a veces dudó de hacer llamados pero observa lo que ella escribió al respecto. “Mi corazón se llenó de gratitud a Dios por la decisión de estas dos mujeres. Entonces comprendí por qué había sido impresionada a hacer esa invitación. Al principio dudé en hacerla debido a que solamente mi hijo y yo estábamos allí para ayudar a los que pasaran. Pero sentí como si una voz me hubiera hablado, y el pensamiento llegó a mi mente: “¿No puedes confiar en el Señor?” Entonces respondí: “Lo haré, Señor”. (White, Elena. Hijas e Hijos de Dios. Pág. 243)